La ofrenda de un χειροτέχνης
No puede negarse que en la Grecia Clásica siempre existió un cierto desprecio aristocrático hacia el artista plástico, ya fuera escultor, pintor o alfarero, en tanto que trabajador que ejercía un oficio innoble, un trabajo manual. Tampoco que la consideración social del artista varió con el paso del tiempo: como se desprende de los juicios de Platón y Aristóteles, el desdén aristócrático hacia el artista manual -que no hacia el arquitecto-, parece acrecentarse en el s. IV a. C., cuando el trabajo de taller se juzga abiertamente banáusico, vulgar e indigno del buen ciudadano.
Sin embargo, los artistas griegos siempre firmaron sus obras como signo personal de autoría y de autoafirmación y ya desde el Arcaísmo algunos alcanzaron niveles de riqueza considerables.
La inscripción sobre el capitel cúbico que se reproduce (Museo Epigráfico. Atenas) remataba una columna votiva que servía de soporte a una escultura. Se trata de un exvoto (anáthema) consagrado a la diosa Atenea. En ella aparece el oficio y el nombre del oferente: el alfarero Peikon. La ofrenda tuvo lugar a fines del siglo VI a.C. y el texto no representa una excepción: hubo más dedicaciones sagradas realizadas por particulares que no eran precisamente aristócratas. Un interesante documento epigráfico que viene a corroborar cómo en la Atenas del pleno Arcaísmo algunos artistas artesanos poseyeron cierto grado de aceptación y de reconocimiento social.
En realidad, la sociedad griega nunca negó al artista plástico una epistéme propia, una maestría relativa a la especificidad de sus conocimientos técnicos, si bien siempre ligada al mundo de los oficios.