viernes, 5 de julio de 2019

La ofrenda de un χειροτέχνης

La ofrenda de uχειροτέχνης

No puede negarse que en la Grecia Clásica siempre existió un cierto desprecio aristocrático hacia el artista plástico, ya fuera escultor, pintor o alfarero, en tanto que trabajador que ejercía un oficio innoble, un trabajo manual. Tampoco que la consideración social del artista varió con el paso del tiempo: como se desprende de los juicios de Platón y Aristóteles, el desdén aristócrático hacia el artista manual -que no hacia el arquitecto-, parece acrecentarse en el s. IV a. C., cuando el trabajo de taller se juzga abiertamente banáusico, vulgar e indigno del buen ciudadano.


Sin embargo, los artistas griegos siempre firmaron sus obras como signo personal de autoría y de autoafirmación y ya desde el Arcaísmo algunos alcanzaron niveles de riqueza considerables.
La inscripción sobre el capitel cúbico que se reproduce (Museo Epigráfico. Atenas) remataba una columna votiva que servía de soporte a una escultura. Se trata de un exvoto (anáthema) consagrado a la diosa Atenea. En ella aparece el oficio y el nombre del oferente: el alfarero Peikon. La ofrenda tuvo lugar a fines del siglo VI a.C. y el texto no representa una excepción: hubo más dedicaciones sagradas realizadas por particulares que no eran precisamente aristócratas. Un interesante documento epigráfico que viene a corroborar cómo en la Atenas del pleno Arcaísmo algunos artistas artesanos poseyeron cierto grado de aceptación y de reconocimiento social.



 En realidad, la sociedad griega nunca negó al artista plástico una epistéme propia, una maestría relativa a la especificidad de sus conocimientos técnicos, si bien siempre ligada al mundo de los oficios.