El Canon – la norma, la regula, tal vez concebido en primer lugar como pauta y
modelo para otros escultores -, tratado escrito por Policleto hacia el 450-440
a. C., probablemente fue contemporáneo de la no menos célebre estatua del
Doríforo. Que el escultor argivo procurara precisamente en este último original una verificación material y tangible del sistema de proporciones
expuesto en el tratado, resulta conjetural: nada asegura que el
Doríforo se identifique con la escultura canónica que recuerda Plinio entre el elenco de obras del broncista y más tarde Galeno, que tampoco identifica la paradigmática estatua que epitomizaba la forma ideal del cuerpo humano -denominada El Canon-, con el Doríforo. Además,
el estudio de las múltiples copias y versiones conservadas del celebérrimo portador de lanza, no ha sido particularmente fructífero para
avanzar en el conocimiento de los planteamientos teóricos de Policleto.
En
cambio puede asegurarse con entera certeza que el escrito representó una pieza
clave en la tratadística antigua sobre las artes. Incluso un punto de partida
pues, a juzgar por la información que transmiten las fuentes, Policleto fue el
primer escultor, probablemente el primer artista figurativo que redactó un estudio
técnico sobre su actividad. Un tipo de tratado que desde el Arcaísmo había sido
competencia específica de los arquitectos. Aquellos arquitectos tratadistas que
recoge Vitruvio, expertos en una téchne
abstracta, precisa y numérica por definición, interesados en problemas
concernientes al cálculo, al rigor aritmético y a la proporción. De ningún modo
debe descartarse que esta tradición haya
representado un destacado referente para el Canon de Policleto.
Pero la información sobre el escrito llegada hasta el presente
resulta fraccionada y actualizada en contextos bien diversos. Aun teniendo en
cuenta los pasajes transmitidos por autores grecolatinos de la Antigüedad
(fragmentos que en la mayor parte de los casos no siempre representan citas
directas y que en algunos casos bien puederan proceder de resúmenes que circulaban sobre el
tratado), el escrito de Policleto difícilmente puede ser reconstruido ni en
estructura ni en contenido. Se desconoce también si en origen iba dirigido a una
audiencia estrictamente profesional (en todo caso no parece tratarse de un
simple manual de instrucciones y fórmulas de taller), o si bien se concibió
teniendo presente las expectativas culturales de un público más amplio,
interesado en los fundamentos teóricos y en los procesos de creación de la
escultura, así como en su potencial analógico. Los manifiestos ecos policléticos en pasajes de
Platon y Aristóteles, más tarde bien explícitos en Crisipo, parecen confirmar la segunda hipótesis.
A través de las menciones conservadas que recogen Filón de
Alejandría, Plutarco (seguramente los más cercanos a la cita directa) y Galeno,
se deduce que el broncista en su prosecución de la belleza ideal, de la perfección (τὸ εὖ) del cuerpo humano (con mucho preferentemente masculino y atlético) se valió de ajustadas escalas numéricas, precisas, progresivas y oportunas (tal vez de difuso trasfondo pitagórico), que procuraban symmetria (proporción) y armonía, al
tiempo que la máxima akríbeia
(precisión, exactitud), tanto en la concordancia y el equilibrio de conjunto
como en la ejecución de los pormenores: el Canon, donde nada era casual, alcanzaba también a los detalles. El riguroso control de la forma,
concebida en términos abstractos y conmensurables, por tanto más cuantitativos
que cualitativos, hizo de Policleto todo un paradigma de escultor clásico.
Réplica del Doríforo de Policleto.
Minneapolis Institute of Arts.