lunes, 10 de junio de 2019

Santuario y paisaje sagrado

Santuario y paisaje sagrado

En la comprensión de los santuarios de la Grecia Clásica resulta de primordial importancia la ubicación topográfica. Con ella, la percepción del entorno del lugar sagrado. El paisaje natural, que la presencia de lugares de significado religioso (promontorios, fuentes, ríos, bosques, caminos procesionales, teména) transforma en sagrado y por tanto en cultural, representa un entorno expresivo, casi parlante, que comunica aspectos relativos al carácter y a las atribuciones de la divinidad. De este modo, para el fiel que con su mirada construía el paisaje, la materialidad de la naturaleza cobraba connotaciones intangibles de carácter sobrenatural, ya fueran protectoras o coercitivas.



Templo de Hera Lacinia en Capo Colonna (Crotona)

La interacción visual entre arquitectura, emplazamiento y entorno natural, singulariza la sacralidad específica de cada recinto, inseparable de las cualidades y funciones de la divinidad a la que se consagra. 

Sin duda la espacialidad externa del templo, centro óptico del santuario y construcción definida y abarcable, que invita a ser contemplada desde múltiples perspectivas, que se percibe desde la cercanía y desde la distancia, acentúa aún más los vínculos entre arquitectura y entorno. Vínculos que en paisaje cultual pueden expresarse en términos de armonía (Olympia) o bien de dramático contraste (Delfos). En cualquier caso, cabe definir el lugar sagrado como un todo, como globalidad visual y ritual. Como espacio simbólicamente orientado, impregnado de sensaciones, memorias y valores alusivos propios.

BIBLIOGRAFÍA
SCULLY (1979, 2013)
JOST (1985, 1990)
SCHACHTER y BINGEN (Eds,) 1992
MARINATOS y HÄGG (Eds.) (1993)
CARDETE DEL OLMO (2004)
BRULÉ (2012)

Arquitectura y propaganda de Atenas en el santuario de Delfos. El Pórtico de los Atenienses


Entre las prominentes ofrendas de Atenas en el santuario federal de de Apolo en Delfos, figura la Estoa de los los atenienses. Se ubica en el centro del recinto sagrado, bordeando el hiera odos, el camino de trazado irregular que conducía al templo de Apolo, y relativamente cercana al Tesoro de los Atenienses que la precedió en el tiempo. Muy próxima a la Columna naxiana de la Esfinge, el monumento se adosó al imponente muro de aparejo poligonal (finales del siglo VI a.C.) que refuerza la terraza del templo de Apolo.

Frente a ella, se hallaba la explanada denominada Aire, ámbito ritual del santuario presidido por una construcción en forma de théatron y repensada en los últimos años en tanto que espacio de congregación cívico religiosa de particular importancia. No es de extrañar la presencia de un lugar de reunión en el centro del santuario de Apolo Delfio, dios de la congregación de pueblos, etnias y ciudades. Se ha barajado la hipótesis de que pudiera tratarse del recinto de reunión de la asamblea anfictiónica , incluso de la propia ágora de los delfios (JACQUEMIN y DIDIER LAROCHE, 2004). La relevancia de este ámbito privilegiaría aún más el emplazamiento de la estoa, que dominaba este sector desde el lado norte.

Se trata de un pórtico poco profundo con una sola columnata de orden jónico y ejecutado con diversos materiales. La crépis, de tres gradas, se realizó en piedra local, una caliza grisácea del Monte Parnaso. Las esbeltas columnas (se conservan restos significativos de siete), en mármol de Paros (las basas y capiteles) y Pentélico (en los fustes,estrechos, monolíticos y acanalados). Dada la ligereza de estos apoyos y la gran amplitud de los intercolumnios, cabe suponer con bastante certeza un entablamento y una cubierta en madera, a una sola vertiente. En el interior, una sucesión de pilares se ubicaban, si no adosados, al menos muy próximos al muro, contrastando con el arabesco de sus junturas.
               El pórtico suele datarse en torno al 479/478 a.C., ligeramente posterior a la dedicación panhelénica de Platea en el mismo santuario (tripode de Platea) del 479 a. C. A diferencia del monumento serpentiforme, la estoa fue una ofrenda exclusiva de los atenienses, como indica la inscripción que figura en su estilóbato.

La estoa se concibió a modo de pórtico expositorio, destinado a mostrar expolios de guerra procedentes de los triunfos navales de Atenas: albergaba hópla y akrotéria, indica la mencionada inscripción. Es decir, sogas o amarras, junto con imágenes de bronce que a modo de insignias y espolones adornaban la proa y la popa de las naves enemigas.

Los hopla del epígrafe dedicatorio llevaron a P. Amandry (1946, 1953) a asociar el monumento al triunfo naval de Sesto (478 a. C.) en el Quersoneso Tracio. Una victoria debida a la iniciativa de la flota ateniense y a sus aliados insulares bajo el mando de Jantipo y acontecida poco después del triunfo panhelénico en el Cabo Mícala. Heródoto comenta que, tras la toma se Sesto, “los atenienses, zarparon con rumbo a Grecia, llevándose, entre otros objetos de valor, los cables de los puentes, a fin de consagrarlos en sus santuarios”. Hópla de este origen, procedentes de los puentes de naves que Jerjes había tendido sobre el Helesponto, entre Abydo y Sesto, se mostraban en la Acrópolis ateniense (GAUER 1968). Tucídides, por su parte, inicia el relato de la Pentecontecia con este episodio militar, resaltando de este modo su importancia en el devenir de Atenas.

A juicio de P. Amandry, algunos de esos cordajes, de particular valor simbólico, pudieron figurar en el pórtico, colocados entre los pilares del fondo de la estoa: los amplios intercolumnios propiciarian su visión desde el exterior del monumento. Con la construcción del pórtico, receptáculo de ofrendas triunfales, Atenas procuraba reivindicar la primacía en la derrota de los bárbaros, creando una auténtica Persiké Stoá conmemorativa, en buena medida afín a la célebre Estoa Persa del ágora de Esparta, a la que debió preceder e incluso inspirar (GRECO 2006). Esta última cuestión, del mayor interés permanece abierta.

Nuevas ofrendas triunfales se sucedieron en el tiempo, pues los expolios que registra Pausanias en la estoa délfica, acompañados de una inscripción dedicatoria, correspondían a victorias navales de Formión durante la Guerra Arquidámica, en particular las obtenidas en el Golfo de Corinto (429 a.C.). Los consecutivos botines allí depositados, hicieron del pórtico una suerte de hoploteca que era memorial no solo de los triunfos navales de Atenas durante la Guerra de Jerjes, sino al menos hasta los tiempos de la Guerra del Peloponeso. Pero el estilo del Pórtico de los Atenienses hace imposible pensar en una datación tan posterior, comenzando por la forma de los capiteles, propia de la Atenas del periodo de las Guerras Médicas. En cuanto a las basas, ligeramente acampanadas, si bien anuncian el tipo de basa jónico ática del Clasicismo ateniense, no muestran aún el modelo canónico, consolidado en los monumentos de la Acrópolis.

A diferencia del Tesoro de los Atenienses,¿por qué recurrir al orden jónico en un tiempo en que en Atenas dominaban con mucho los monumentos dóricos? Seguramente porque el dios Apolo era considerado coancestro y divinidad de enlace entre los atenienses y sus aliados jonios. La ofrenda recordaría en el santuario el filojonismo ateniense. Pero la modalidad del orden jónico empleado en la estoa, reflejaba la impronta local de la polis donante (McGOWAN (1995).














Condiciones materiales de la construcción griega. Función de la madera

Al afrontar la ejecución de un proyecto monumental en las ciudades y santuarios de la Grecia Clásica, una parte sustancial de los recursos económicos debían destinarse a la adquisición, transporte y trabajo de la madera, un material tan constitutivo de la arquitectura griega como lo fuera la piedra poros o el mármol.
Se trata de un material perecedero y por tanto ausente. Hoy los restos arquitectónicos tan solo atestiguan su presencia en las cavidades de encastramiento dejadas en las superestructuras de las construcciones, especialmente sobre la cara posterior de los frontones y de los bloques de cornisa. Pero es bien conocido el papel primordial que la madera jugó en la génesis y desarrollo de la arquitectura griega. Desde los comienzos durante la etapa geométrica hasta fines del siglo VII a. C., su empleo fue extensivo, haciéndose menor con el proceso de petrificación monumental. Con relación a los templos, se consigna un continuado empleo en la armadura de cubiertas (sobre todo vigas, también plafones), en las puertas de la cella y en los paneles calados de cierre que a modo de barrera precedían a la majestuosa puerta interior y la protegían.

Pero la utilización de este material no atañe solo a la estructura permanente que representa el monumento, pues se extendía también a fábricas temporales como andamios apuntalados, carpinterías provisionales y auténticas plataformas de trabajo que se iban elevando al mismo ritmo que el edificio, permitiendo a los operarios la accesibilidad al nivel de puesta en obra.
De otra parte, las labores de carpintería traen consigo el empleo asociado del metal (clavos, bisagras, cerrojos, etc.). De ahí que la actuación de los herreros resulte también relevante en el proceso constructivo. Es una vez aparejada la construcción cuando se inicia el trabajo de los especialistas en la madera, carpinteros y ebanistas.
Muchos fueron los tipos de madera empleada: abeto, olmo, ciprés, boj, loto, etc. El primero, que permite obtener vigas largas y resistentes, solía emplearse en la armadura de la techumbre. En cuanto a la de ciprés, a decir de Teofrasto muy resistente a la corrupción y susceptible de fino pulimento, resultaba la más adecuada para las hojas de las puertas, tradicionalmente ejecutadas en ese material y en ocasiones revestidas de fastuosas placas de marfil.



No siempre, ni mucho menos, se disponía de maderas locales adecuadas. Las cuentas de los santuarios nos informan
de cómo con harta frecuencia había que recurrir a la importación. Ciudades como Corinto, con sus empresas madereras, desempeñaron un importante papel distribuidor. Al Istmo llegaban maderas procedentes de los bosques del norte de Arcadia y de Ambracia, pero también de la Magna Grecia: las ciudades de la costa del Bruzzo, de Sybaris a Regio, abastecían de buena madera de los Apeninos calabreses. La Sila en particular, famosa en la Antigüedad por su riqueza forestal.
El transporte preferente, como ocurría con el resto de los materiales constructivos importados , era por mar: los recorridos terrestres, más lentos y onerosos, aumentaban considerablemente el precio de la mercancía. Deforestada en buena parte ya en época clásica, Atenas recurría habitualmente recursos lignarios macedónicos. tracios y pónticos.
Perdidos de forma irremisible, e independientemente del conocimiento técnico de que se dispone – poblado de lagunas -, los elementos en madera de los monumentos griegos jamás deberían restituirse. La reconstrucción de puertas y cubiertas supondría un gravísimo atentado contra la autenticidad de los sitios patrimoniales del mundo clásico. Una autenticidad indisociablemente ligada al estado de ruina en que han llegado a nuestro presente.
BIBLIOGRAFÍA
MARTIN (1965)
ORLANDOS (1966-1968)
BURDFORD (1969)
MEIGGS (1982)
MARÍN VALDÉS (1999)