domingo, 6 de septiembre de 2020

Discurso, artes visuales y propaganda monumental en Isócrates

 El logocentrismo isocrático frente a las artes visuales

Como en el resto de los grandes representantes de la retorica ática del siglo IV a.C., no abundan en Isócrates (436-338 a.C.) las reflexiones sobre el discurso artístico, máxime si este último se entiende como discurso específico y pormenorizado. Actualizadas en contextos retóricos de naturaleza bien diversa, las citas de artífices y obras de arte resultan casi excepcionales en el filósofo de la  argumentación y el discurso que fue el gran maestro ateniense. Esta parquedad de referencias remite a la propia valoración de las imágenes artísticas (eikónes) en el ideario del gran clásico de la retórica, quien de forma explícita confiere una llamativa preeminencia a las construcciones verbales sobre las figurativas. Al respecto, en el panegírico Evágoras, Isócrates afirma todo un principio de superioridad de la palabra sobre la imagen y argumenta en favor del retrato verbal frente al escultórico (Isoc. 9.74-76). Fundamenta la aseveración en el carácter epidérmico de la estatua  humana (εἰκῶν) que, procurando reproducir la belleza del cuerpo, no puede compararse a la trascendencia de la palabra, que crea el retrato moral. Tampoco a la capacidad mimética y propagadora del discurso, que expande por todas partes el kléos, la gloria de aquel a quien se rinde homenaje.

No obstante, el texto isocrático recurre en algunas ocasiones al ámbito de las artes visuales. En relación analógica, menciona a Fidias, a Zeusis y a Parrasio, excelentes en sus respectivas téchnai, con el fin de resaltar con orgullo frente a sus oponentes su superioridad profesional como artífice de discursos escritos de elevado nivel intelectual (Ant. 2), tan distanciada de los sofistas dominantes en su tiempo, irresponsables y oportunistas, que menospreciaban su estilo y confundían sus propósitos. 

"Sé que algunos sofistas hablan mal de mi profesión y dicen que me dedico a escribir discursos judiciales, y hacen igual que si alguien se atreviese a llamar imaginero a Fidias, el autor de la estatua de Atenea, o dijera que Zeuxis y Parrasio tienen el mismo arte que quienes pintan exvotos".

Tampoco falta la cita aislada de algunas piezas escultóricas, contempladas con fin encomiástico, como las estatuas honoríficas erigidas en  el ágora de Atenas en honor de los considerados protagonistas de la victoria de Cnido sobre los lacedemonios (394 a.C.), esta última interpretada por la mayoría de los retóricos e historiadores áticos bajo una óptica atenocéntrica a modo revancha de la derrota de 404 a.C. (S. Gotteland 2012). El papel determinante jugado por Persia se mitiga, enfatizándose en cambio el protagonismo de Conón en la batalla, que a decir de Isócrates y Demóstenes combatió por la justicia contra un poder tiránico. Mas también hubo voces disidentes, como la de Lisias, para quien Cnido consagraba el auge militar de los Persas (Lys. Oración Fúnebre. 59), e incluso del propio Isócrates en el Panegírico, redactado tras la Paz de Antálcidas o Paz del Rey (387 a. C.), donde aconseja a los griegos terminar con sus disensiones, concentrar sus fuerzas y atacar a los bárbaros (H. M. Botema 2016).

Se trata del retrato del navarca y estratego ateniense Conón , que "dirigió a Atenas nuevamente hacia el dominio del mar" (FGrH 64 T 2), y el de Evágoras I, rey de Salamina de Chipre, monarca vasallo de los persas y aliado de Atenas (Isoc.9.57), que le otorgó la ciudadanía honorífica. Dos personajes cercanos y dos vidas puestas en paralelo en el Evágoras de Isócrates. 

El emplazamiento de los monumentos honoríficos de Conón y  Evágoras decretados por la polis en 394/3 a.C., aparecen señalados por vez primera en Isócrates, en estrecha proximidad al retrato de Evágoras (Evag. 57). Ubicadas en la plaza pública frente al pórtico de Zeus Eleuterio (Liberador), junto a la estatua del dios y en alusiva relación de contigüidad, ambas estatuas de bronce poseen una especial relevancia en la historia del retrato griego. Recogidas en Pausanias (Paus. 1.3.2) junto a la de Timoteo, estratego hijo de Conon, que pudo incorporarse con posterioridad,  fueron los primeros retratos oficiales decretados en el ágora ateniense desde los tiempos del Grupo de los Tiranicidas, ubicados en estricto aislamiento en otra zona del ágora, sobre un pedestal  escalonado, con gran probabilidad  el hallado junto al muy posterior Odeón de Agripa (E. P. Baltes 2020). Las estatuas de los gobernantes, testimonio de reconocimiento público, sugieren conexiones alusivas con el celebrado grupo, icono de la democracia ateniense y símbolo de lucha contra la tiranía, que tal vez incluso sirvió como fuente de inspiración: Harmodio y Aristogitón representan los modelos por excelencia a seguir por todos los benefactores de la ciudad y en transcurso del siglo IV el grupo escultórico dual participó directamente de la cultura de los honores cívicos (V. Azoulay 2014). La dedicación de los retratos en el ágora representó una extraordinaria distinción que por demás Conón y Evágoras, en señal de gratitud ciudadana, recibieron en vida, muy poco después de la vitoria naval de Cnido.

Al almirante Conon se le dedicó un segundo retrato en la Acrópolis, junto al de su hijo Timoteo (Paus. 1.24.3); cabe la posibilidad que la copia romana en mármol de una cabeza de estratego portando el yelmo corintio (Gliptoteca Carslberg, Copenhague) remita a una de ambas esculturas, si bien, en tanto que liberadores de la opresión espartana, estatuas honoríficas de los dos estrategos no solo fueron erigidas en Atenas, puesto que el triunfo de Cnido contribuyó a liberar varias ciudades del Egeo (sobre todo minorasiáticas) del dominio espartano. En un decreto de Eritras, entre muchos otros testimonios de reconocimiento, se promulga  la ejecución de una estatua probablemente en bronce sobredorado con la efigie de Conón  y que se erigiera donde le placiera al mandatario (Brun 2005, J. Ma 2006). Los santuarios del mayor renombre de Jonia (Samos, Éfeso) contaron también con retratos celebrativos de ambos personajes (Paus.3.6.16), donde reemplazaron a las estatuas de Lisandro y sus generales. No se conserva ninguno de todos estos originales y en realidad nada se puede concluir sobre la apariencia, el atuendo y la postura que adoptaban los personajes.  

En la pieza de Copenhague, la cabeza aparece ligeramente ladeada hacia la derecha, los ojos, asimétricos. La expresión resulta más vivaz que en el célebre retrato de Pericles y  tanto el tratamiento libre de los cabellos largos (novedad en la efigie de un estratego), como de la barba, pudiera remitir a un prototipo de comienzos del siglo IV a.C. (C. Rolley 1999). El arranque del hombro derecho y del torso no muestran seña alguna de ropaje, como en el busto hermaico del Louvre. No se puede descartar pues la desnudez heroica en el original que adoptan otras versiones romanas de retratos de estrategos, como la Cabeza Pastoret del Museo del Louvre.


Copia romana de una escultura de estratego, posible retrato de Conón, conocida como "Cabeza Pastoret", de la que existen varias versiones. Gliptoteca Carslberg, Copenhague.























          
 Cabeza Pastoret. Vesión hermaica del Museo del Louvre, París








La virtud individual como actor político

        Redactado hacia 354-353 a.C. por un Isócrates ya octogenerio, Antídosis representa un discurso ficticio, de difícil taxonomía, a un tiempo judicial, apologético, didáctico y  autobigráfico ("una imagen de mi pensamiento y vida")  (Y. Lee Too 2008). El alegato expuesto en el lógos, a propósito de la exculpación de la retórica, afirma Isócrates que, lejos de propiciar la intriga, la habilidad oratoria puede ser fuente de importantísimos bienes para la polis. Como prueba recurre a la autoridad de la tradición, al ejemplo de los antepasados. Entre los antiguos dirigentes, de Solón a Pericles, los mejores rétores habían actuado en diversos ámbitos de la vida pública como grandes benefactores de la ciudad (parágrafos 230-6). Al hilo de estas consideraciones, el texto se torna visibilis, se abre a la visibilidad de lo artístico y por un momento enfoca la ciudad de las imágenes para luego proseguir su argumentación por otros derroteros.

El parágrafo 234 singulariza el gobierno de Pericles por la promoción arquitectónica de Atenas: los beneficios de su mandato no conciernen tanto a la actuación legislativa, a la sagacidad estratégica o a la acción militar como a la actividad edilicia, a la magnificencia pública. Esta última adquiere valor de conquista histórica, comparable a las reformas de Clístenes, origen de la democracia, o al buen consejo de Temístocles, que hizo posible la victoria de Salamina y abrió el camino hacia la hegemonía. Con ello, Isócrates pone el acento en la labor cultural del estratego, convertido en gran impulsor de las artes, y por primera vez establece un estrecho vínculo personal entre Pericles y el despliegue monumental de Atenas, valorado como la aportación más valiosa de su mandato. 

Destinado a afianzarse casi como principio de autoridad, el protagonismo que Isócrates atribuye al mandatario en el ornato monumental de Atenas tiene visos de opinión que seguramente ya en su tiempo era asumida por el discurso colectivo como un valor reconocido. Mas confrontada con las formas de gestión arquitectónica habituales en la ciudad del imperio marítimo, se revela poco ajustada a las realidades del siglo V a.C. En una democracia en la que imperaba el espíritu igualitario y los edificios públicos representaban un instrumento de glorificación del démos, celoso de su autoridad y sus prerrogativas, las decisiones en el terreno de la edilicia ciudadana no obedecen al criterio individual del estratego, sino a los acuerdos de la asamblea popular y a la actuación de sus órganos delegados.

 Con respecto a la intervención de Pericles en el programa de la Acrópolis, revisada entre otros por W. Ameling y Ph. A. Stadter, algunas fuentes antiguas -no así las contabilidades conservadas relativas a los monumentos- citan al dirigente como επιμελητής (Éforo-Diodoro) o bien como επιστάτης (Filócoro, Estrabón). Ya fuera como asesor o como miembro, Pericles habría formado parte de las comisiones oficiales encaradas del seguimiento de los trabajos y de la inspección de los presupuestos. Las atribuciones de estos supervisores estaban estrictamente definidas, debiendo rendir cuentas de su gestión colegiada ante la ekklesía,  que anualmente decidía sobre la elección de los cargos (A. Wittenburg 1978).

La iniciativa que Isócrates atribuye al hombre de estado en el kósmos u ornato monumental de la ciudad (ἐκόσμησε τὴν πόλιν), prefigura la función patrocinadora del evergeta helenístico y supone el punto de arranque en la elaboración literaria de una imagen estilizada de Pericles en tanto que benefactor artístico de la polis. Fue el siglo IV a.C el creador de esta opinión reinante que siglos después reafirmaría Plutarco en el βίος  que dedicó al estratego, transformado en modelo de evergetas.

En Antídosis el brillante despliegue arquitectónico se muestra pues estrechamente enlazado al mandato  de Pericles, que actuó como buen partidario del pueblo (δημαγωγός). Y es que para Isócrates los monumentos vinculados al dirigente, son conquista de la democracia ateniense y en su realidad tangible se contemplan como testimonio visual de la supremacía de la ciudad, cuyo liderazgo en el terreno de la cultura la hacía merecedora de la hegemonía política. Poco antes, sin hacer mención de Pericles, así lo anticipaba en el Areopagítico: "¿quién de mis contemporáneos no recuerda que la democracia adornó la ciudad con templos y monumentos civiles que todavía ahora nuestros visitantes piensan que ella es digna de gobernar no sólo a los griegos, sino a todos los demás?" (Isoc.7.66). La superioridad cultural de Atenas, elevada en la ficción retórica de Isócrates sobre el resto de la humanidad, se afirma y evidencia a través de la expresión monumental, tanto en el ámbito sagrado como en el civil.



Vista SE de la Acrópolis de Atenas; en este sector de la ladera se erigió el teatro y también el Odeón de Pericles. Las fuentes atribuyen al mandatario un particular empeño personal en esta última realización, de la que se conservan limitados vestigios.
Entre los "trabajos de Pericles" que recoge Plutarco, Isócrates presenció bajo el mandato de Conón la reconstrucción de los muros largos, derruídos por Lisandro y levantados con la ayuda de fondos persas. 

De forma significativa, el texto establece también un estrecho vínculo entre el dominio del πολιτικός λόγος y las realizaciones artísticas del gobierno de Pericles: retórica y edilicia aparecen asociadas en una relación casi causal, pues el ornato de Atenas había sido fruto de la aptitud oratoria de un ῥήτωρ ἄριστος. El nexo que tiende Isócrates entre las cualidades retóricas del estratego y su actuación en el kósmos de la ciudad habría de desarrollarse y magnificarse en Plutarco donde, en lo concerniente al proyecto monumental de Atenas (los Περικλέους ἔργα), las dotes persuasivas de Pericles, requisito del buen estadista, sortean ante la asamblea todo obstáculo de oposición política.

Utilizando a Platón como fuente, en el parágrafo de Antídosis Pericles es discípulo del filósofo Anaxágoras de Clazómenas y del músico Damón, ambos calificados por Isócrates de sofistas. De este modo, el mandatario aparece situado en la esfera de influencia de los intelectuales, otorgándosele una ilustración y unos estrechos vínculos con el mundo de la filosofía de los que los contemporáneos del gobernante, comenzando por el historiador Tucídides, nada dicen. En cuanto a Platón, los comentarios sobre la talla intelectual de Pericles aparecen teñidos de ironía.

            En su recreación del pasado, Isócrates  elogia la capacidad oratoria de Pericles con el fin de aproximarlo a sus filas de forma retroactiva. Y lo hace no por la predisposición natural, sino por la vía de la retorica aprendida, exponente de cómo la cultura, entendida como padeía política, puede influir de manera decisiva en los asuntos del estado a través de la educación de sus gobernantes.Al tiempo que ejemplifica en las realizaciones monumentales de Pericles el valor de la retórica en tanto que canon de las virtudes políticas, actualiza el lugar común del vínculo entre el estadista y el consejero o mentor filosófico, influyente en la formación del carácter y en las deliberaciones del dirigente.Debe tenese en cuenta que para Isócrates, y a diferencia de Platón, filosofía y retórica representan términos sinónimos y él mismo se definía como filósofo de logoi.  

                Isócrates, que en su juventud presenció la conclusión de los grandes empresas públicas, no se detiene en la écfrasis de los monumentos pericleos, ni tan siquiera en la mención de los más representativos. Al igual que Platón o bien del resto de los rétores del siglo IV a.C., nada dice sobre la estrecha colaboración entre Pericles y Fidias, este último recordado en otro pasaje del discurso como autor de la Parthénos, es decir, como ἀγαλματοποιός, hacedor de estatuas sagradas. 

La acomodación discursiva al devenir político

Varios pasajes del corpus isocrateum mencionan la ciudadela en su función retrospectiva de santuario opistódomo, depositario del φόρος de la Liga atico-délica, recordando cómo Pericles "llenó la Acrópolis de plata y oro", llevando al santuario ocho o bien diez mil talentos, aparte de los tesoros de los templos (la distinción entre tesoro federal y tesoro sagrado se ciñe a la realidad histórica). Esta tesaurización, a juicio de Isócrates, si bien hablaba del poder alcanzado en otro tiempo, no engrandecía la fama de la polis, "porque nadie aplaudiría a nuestra ciudad porque tuvo el dominio del mar, ni porque, tras exigir a los aliados enormes riquezas, las subió a la Acrópolis (...), sino que de estas situación se han producido contra la ciudad muchas acusaciones", afirmaría en el Filipo (Isoc.5.146-7). Precisamente el empleo del tributo federal, "la riqueza que injustamente entraba e la ciudad", había representado un destacado argumento contra el programa monumental y una de las causas mayores de impopularidad del imperio ateniense.

Sin embargo, en el pasaje considerado de Antídosis, la promoción edilicia atribuida a Pericles no aparece relacionada con su marco histórico específico, el imperio naval. Años antes, en el Panegirico, justificaba Isócrates el imperialismo ateniense del siglo V a. C., considerado en este importante discurso  como promotor de la democracia e incluso fuente de prosperidad para los aliados. Isócrates se manifiesta a favor de una nueva confederación, que poco después habría de materializarse en la Segunda Liga Marítima (378/7 a.C.). Pero en Sobre la Paz, redactado hacia 356 a.C., tras el fracaso de la Liga y la derrota de Atenas en guerra Social o guerra de los Aliados, Isócrates ya había adoptado una posición bien distinta ante este tema clave del pensamiento político del siglo IV (J. T. Chambers 1975; J. DAVIDSON 1990), criticando la πλεονεξία del imperio (aquí entendida como el deseo de tener más que los otros y más que su parte legítima) (Bouchet 2007), comparándolo con la tiranía, y presentado el imperialismo naval  en tono moralizante como un auténtico infortunio que había corrompido el carácter ateniense (Isoc.8.83). El juicio isocrático sobre la Atenas hegemónica fue mudando conforme a los acontecimientos que se sucedieron en su tiempo.

Actualidad y superioridad de los monumentos de la archè ateniense 

A modo de expresión inmanente de hegemonía cultural, las construcciones de la Atenas de Pericles trascienden en Isócrates el momento de su ejecución, y en su vigencia en tanto que memoria histórica comunican superioridad al presente. Esa permanencia, cuyos ecos resonarían siglos después en Plutarco - "el aliento siempre joven, el espíritu que  no envejece" (Plu. Per.13.5) - cualifica en Antídosis unos monumentos cuya vitalidad, al margen de un contexto histórico bien polémico, no había disminuido ni un ápice con el paso del tiempo. Ciertamente, durante la larga vida de Isócrates la Acrópolis de la Atenas hegemónica y con ello las obras más prestigiosas del amplio programa, se mantuvo intacta.

La actualidad de los edificios que recoge el parágrafo hunde sus raíces en una estrategia textual de un uso muy anterior, Remontándose a Homero, el tema de la perdurabilidad  de los monumentos cuenta con una larga tradición que se hace particularmente expresiva en el ámbito funerario. Como rezan sus epitafios, desde el Arcaismo los μνήματα  aspiran a ser memoriales imperecederos, estelas inextinguibes (J. Stembro 1988, E.P. Mc Dowan (1995). El propio Tucídides, a punto de concluir el célebre discurso fúnebre puesto en boca de Pericles, califica de eternos los monumentos (μνημεῖα… ἀίδια) dejados por todas partes para gloria de la ciudad y testimonio de su poder "por lo que seremos admirados por nuestros contemporáneos y por las generaciones futuras", sin mencionar el programa edilicio desplegado en la polis y sin que la voz impersonal del estratego, que utiliza un plural cívico. se atribuya iniciativa alguna en este terreno (Th. 2.41.4-5).

En el elogio de la polis, el topos de la perennidad de los edificios atenienses también hallaría eco en Demóstenes - a diferencia de Isócrates, hombre de béma-, quien en el discurso judicial Contra Androción los califica de posesiones imperecederas, índices de dominio y concordia ciudadana, poniendo en paralelo el recuerdo de las empresas de la Atenas imperial y la belleza de los edificios, que no se limitaron a la reconstrucción de la Acrópolis "esos Propileos, el Partenón, los pórticos y los arsenales". A través de la oratoria del siglo IV, la gloria de aquellas empresas públicas se hace comparable a las grandes grandes hazañas, a los érga, tanto reales como míticos, del pasado ateniense.

En el pasaje de Antídosis la exaltación de la ciudad se explicita a través de una función modélica que entronca con Tucídides, pero cuya clave radica ahora en el prestigio universal de sus realizaciones monumentales. Los edificios con que a a decir del rétor  Pericles favoreció la ciudad, tantas veces evocados en los oradores como testimonio de esplendor, de poder y riqueza, representan en Isócrates el exponente visible de la reconocida supremacía cultural de los atenienses, cuyo dominio en el plano del espíritu les hace merecedores de una hegemonía, de una archè universal (W. Jaeger 1984). La superioridad cultural sobre todos los demás (τῶν ἄλλων ἁπάντων)  (Ant. 15.233-4) trasciende en el pasaje lo estrictamente griego y deja abierta la interpretación universal. De este modo, en Isócrates los monumentos imperecederos adquieren una validez ecuménica y celebran Atenas como auténtica cosmópolis, merecedora de recobrar los valores cívicos de la hegemonía. En el texto la autoridad de aquel patrimonio desborda incluso el ideal panhelénico bajo la dirección de Atenas, siempre central en Isócrates, y los antiguos monumentos alcanzan una vigencia modélica que viene a designarlos como clásicos en la acepción más estricta del término. 


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