miércoles, 21 de abril de 2021

Espacios funerarios periurbanos de Locros Epicefirios (Calabria)

 


       Entre las necrópolis de la Calabria griega, la de contrada Lucifero en Locros Epicefirios (Locri) posee sin duda particular relevancia dentro del contexto funerario general de la Magna Grecia y Sicilia. En el trascurso las últimas décadas ha suscitado numerosas publicaciones de gran interés, especialmente aquellas concernientes al ámbito  topográficos  comunicativo y simbólico. Valorados en su conjunto. tales trabajos han aportando un importante avance en la definición aún provisional de la organización espacial y en la reconstrucción del paisaje funerario de Locros, cuyos vestigios aún resultan sectoriales e incompletos, tato en la ciudad como en su xóra. También un incuestionable progreso interdisciplinar en el conocimiento de la mentalidad funeraria imperante en una de las ciudades más prominentes de la Magna Grecia, dotada de rasgos diferenciales muy propios. 

Tan interesantes resultan las certidumbres consolidadas como la adopción de nuevas aproximaciones metodológicas, de enfoques que expresan la problemática tanto puntual como de conjunto en nuevos términos sociológicos y antropológicos, en nuevas redes intertextuales. La nueva eurística amplia las expectativas del campo de observación y las extiende más allá del ámbito de lo estrictamente cementerial y del Archaeological Record. 

A todo ello ha contribuido de forma decisiva la implicación desde1969 del equipo de la Universidad de Turín volcado en los trabajos de Locros, tanto en el núcleo urbano como en el territorio, una cantera de indagación aún poco explorada. La planificación de las intervenciones ha sido sinergética, en colaboración con otras instituciones como la Scuola
Normale Superiore di Pisa, la Superintendencia ABAP de Reggio Calabria y el propio Parque y Museo Arqueológico Nacional de Locri. 



Locros Epizefirios. Trazado de los muros y núcleos excavados de la gran necrópolis, los de época arcaica, clásica y helenística todos ellos extraurbanos. El número 6  (NE) corresponde al sector funerario de Lucifero, a unos 500 ms, del recinto amurallado y el más rico con mucho en hallazgos. Plano topográfico de la época de Paolo Orsi, editado por Costamagna Sabbione (1995) y reelaborado por  D. Elia (2010)

Conforme a las pautas centrífugas propias de las necrópolis griegas, las áreas funerarias conocidas de Locros se ubican extramuros, siendo las mejor documentadas las de Lucifero y Parapezza, desplegadas en proximidad a la línea de costa. La actuación pionera de Paolo Orsi durante cinco campañas realizadas entre 1910 y 1915 depararó en contrada Lucifero, al NE de la ciudad, cerca de 1700 tumbas. Recogida en numerosos trabajos (tanto los publicados en vida como las múltiples anotaciones y esbozos - los  Taccuini Orsi - que permanecieron inéditas hasta hace pocos años), la intervención del gran arqueólogo constituye el gran referente documental en el estudio de la necrópolis al que siempre es necesario retornar en tanto que fuente historiográfica primaria.        

 Estructuradas por grupos familiares, las tumbas albergan inhumaciones individuales (el porcentaje de incineraciones es muy bajo)  realizadas en pozos y fosas, sin presencia de estructuras de cámara, a veces revestidas de arcilla y cubiertas con techo de tejas (tumbas de capuchina). No se trata propiamente de construcciones, sino de excavaciones en el terreno cuya ejecución no precisaba muchas horas de trabajo. Sin soluciones elaboradas, las tumbas se caracterizan por una sencillez estructural que les confiere uniformidad y coherencia de conjunto. En su inmensa mayoría no depararon ofrendas (en Lucifero, casi la mitad de las tumbas) o bien tan solo ajuares reducidos y sobrios, si bien también cuenta con un reducido número de  enterramientos con ajuares privilegiados (a los que se dedicará una próxima entrada) índice de la variabilidad funeraria que presentan los depósitos de la necrópolis (Elia 2010). Sepulturas en ningún caso equiparables en monumentalidad y ostentación de ofrendas a la que deparó la gran tumba de cámara de Laos-Lavinium (s, IV a.C.), en la vertiente tirrénica de Calabria, perteneciente a una familia lucana de elevado estatus. Incluso intensamente helenizado, el mundo indígena mantiene en la Magna Grecia sus propias pautas funerarias.

        En el área inmediatamente externa de Locros, que si bien netamente separada por el recinto fortificado representa una suerte de prolongación del espacio urbano (Barra Bagnasco 2000), es notable la densidad de enterramientos próximos a los muros y en particular a las puertas y caminos que prolongan la dirección de las plateiai transversales del trazado ortogonal, al menos tres de ellas identificadas con seguridad, dispuestas casi en paralelo a la costa. Tras la victoria del río Sagra sobre los crotoniatas a mediados del siglo VI, la nueva implantación urbana, la construcción del recinto murario en piedra y la reorganización de las áreas sepulcrales locreses preexistentes debieron obedecer a una planificación integrada que afectó tanto a la ciudad intramuros como al espacio periurbano (Barra Baggnasco 2000; Elia 2010).


Planimetría de Locros Epicefiros, con el recinto defensivo (reconstruido e el s. IV a.C.) y el reticulado propio de la ciudad ortogonal. Las plateai que atraviesan transversalmente la ciudad, principales arterias de movilidad, contrastan por su mayor longitud y anchura con los stenopoi, calles de trazado longitudinal y dispuestas en dirección monte-mar. La prolongación  en caminos extramuros de las grandes vías circulatorias orientó los espacios funerarios (Foto E. Grillo y M. Milanesio Macri 2008) 

También  cabe subrayar la proximidad de las necrópolis con respecto a algunos santuarios extraurbanos como el de Zeus Fulminante y en particular el de Deméter Thesmophoros en contrada Parapezza, en el extremo NE de la polis, que  ejercieron una intensa atracción funeraria. Si bien los vestigios aún se muestran limitados, lo mismo pudiera haber acontecido en el santuario de Perséfone alla Mannella, emplazado extramuros al pie de una colina en la parte más elevada de la ciudad, en el extremo opuesto al Thesmophoreion: sea dentro o fuera del recinto amurallado, los santuarios locreses tienden a una ubicación periférica. Tanto en la Magna Grecia como en Sicilia no resulta extraño que un ámbito sagrado de connotaciones ctónicas y asociado a ritos de pasaje marque la frontera entre la ciudad de los vivos y la de los muertos.  

         En Lucifero el arco cronológico de los enterramientos es bien extenso, abarca un periodo comprendido entre los siglos VI y II  a.C., si bien la densidad de tumbas, así como la naturaleza de los ajuares, no presenta homogeneidad a través de la larga duración (Cerchiai 1990). Llamativo el notable descenso de inhumaciones durante el periodo helenístico, muy en particular en siglo III a. C., con escasas tumbas periféricas al margen de la adecuación y el ritual del cementerio de época arcaica y clásica. Ya en el tercer cuarto del siglo IV a. C se consigna el  paulatino abandono del área de la necrópolis, casi con plena seguridad como consecuencia del cambio sociopolítico que en aquel tiempo experimentó la ciudad, hasta entonces gobernada bajo un régimen oligárquico, caracterizado por su conservadurismo (Musti 1977, D'Angelo 2019)). 

           A diferencia de tantas otras necrópolis de la Magna Grecia y Sicilia, por fortuna el cementerio apenas sufrió expolios, hallándose casi intacto cuando se inició la excavación, lo que propició la documentación fidedigna y exhaustiva del lugar. Al tratarse  de enterramientos individuales si bien con la salvedad de una inhumación dual que propiamente no se corresponde con el concepto de sepultura plural - el interior de las tumbas no fue removido o modificado como consecuencia de deposiciones sucesivas: el cierre del τάφος era definitivo, sin reaperturas y con ello sin desplazamiento alguno de los restos del difunto y de su ajuar.  La problemática se manifiesta bien distinta en las necrópolis donde predominan las tumbas con enterramientos colectivos y sucesivos, que alteran la coherencia de los depósitos (Berand 2014).

Aparte  de los inestimables trabajos de Orsi (Elia 2019) en el conjunto de lo excavado de forma discontinua hasta la actualidad cabe destacar los resultados de la intervención de 1956 a cargo de Alfonso de Franciscis, cuyo material fue estudiado de forma ejemplar por Diego Elia en su monografía de 2010 dedicada a la necrópolis de Lucifero, y las realizadas desde 2002 hasta la actualidad bajo la dirección del propio Elia, que cuenta con una consolidada y fructífera trayectoria de investigación sobre el yacimiento.

 El panorama general revela un cementerio de gran extensión, con varias áreas funerarias e importantes prolongaciones. Así, al SO de Lucifero y muy cercana a los muros, el sector de contrada Parapezza, excavado en los años setenta del pasado siglo y que ha deparado unas 200 tumbas, debió formar parte de la misma necrópolis, dentro de un gran núcleo de enterramientos topográficamente delimitado en la antigüedad por el río Lucifero (Sabbione, Grillo y Milaneso 2013). Más al norte y al interior, el área funeraria de Monaci, también próxima a la muralla, representa otro sector de lo que tal vez fuera o llegó a ser una única y gran necrópolis periurbana con sus discontinuidades, a veces relacionadas con la irregularidad topográfica,  con zonas vegetales y espacios reservados. También  manantiales, canalizaciones y fuentes: el agua era elemento esencial en los ritos funerarios de purificación y libación (Bièvre-Perrin 2016).


viernes, 16 de abril de 2021

Ajuares de excelencia y señalizaciones en la necrópolis de Lucifero (Locros Epicefirios)


Ofrendas y autorrepresentaciones 

La esfera elitista sustancialmente se manifiesta a través de algunos ajuares funerarios (en Locros nunca de extremada ostentación, sin apenas presencia de metal precioso) alusivos a la educación, a la buena instrucción  en actividades que denotan la pertenencia aristocrática del difunto (música, palestra, simposio, cuidado del cuerpo). Un ámbito socialmente diferencial que se expresa se forma intensa entre el tardo arcaísmo y el  tercer cuarto del siglo IV a. C. en  algunos depósitos funerarios particularmente ricos y relativamente abundantes, como las tumbas 996 y 754, las más ostentosas y con numerosas piezas de cerámica correspondientes a la vajilla utilizada en el simposio, característica propia de las tumbas masculinas de rango (Elia 2010). 

Como se ha indicado, en la necrópolis de Lucifero la diferenciación social no se proyecta en la superestructura, sino en el interior ahuecado de la tumba. Dentro del contexto general del cementerio, con mucho el mejor conocido de Locros Epicerifos y el más rico en hallazgos, en un panorama aparentemente isonómico de "fosas humildes", se singularizan varias tumbas de rango, como lo indica no la monumentalidad (ni externa ni hipogea), sino los depósitos junto al cadáver de variadas y ricas ofrendas funerarias. Un patrimonio individual y personal a veces cuantioso, alusivo al elevado estatus del difunto y que, como objetos propios, acompañaban al finado. Los materiales del ajuar privilegiado no corresponden a una suerte de depósito arbitrario o improvisado de manufacturas de prestigio. Obedecen a un calculado proceso de selección de connotaciones programáticas (Elia 2010, 2012). 

Lécito ático de figuras negras con escena de combate hoplítico, confrontación heroica por excelencia mediatizada por la epopeya y signo de la formación militar del buen ciudadano. Tres guerreros combaten sobre el cuerpo de un caído. El detallado armamento de los hoplitas, portadores de yelmo, coraza, lanza y escudo, posee una particular relevancia. Pieza importada, seguramente adquirida en la propia Locros, gran centro receptor y redistribuidor de mercancías. Alusiva en su temática a la excelencia del combate, expresa en la tumba valores de andreia referentes al difunto, así como la presencia de una ideología militar basada en el hombre instruido para la guerra y que, al igual que la formación atlética, no caracterizaba a la comunidad en su conjunto. Fines del siglo VI a.C. Necrópolis de Lucifero, tumba 1149. Museo Arqueológico Nacional, Locri.

En este dominio de depósitos de prestigio, el repertorio de ofrendas resulta bien amplio y variado. Piezas de cerámica historiada de diversa tipología y estilo (tanto de producción local como importadas, con ejemplares de procedencia ática en un número restringido de tumbas), evocadoras de actividades propias del ámbito aristocrático masculino: el simposio, con su valor lúdico y a un tiempo educativo en la formación del éthos del ciudadano distinguido, el ámbito del deporte, el mundo de la guerra, manifestaciones que tienen en común el espíritu del ἀγών, la mentalidad agonal (competición pacífica entre iguales, rivalidad por alcanzar la excelencia; también la primacía en el combate). Instrumentos musicales de cuerda y viento y alguno de percusión, alusivos a la cultura del finado en tanto que μουσικὸς ἀνὴρ, hombre familiarizado con la música, la poesía, la danza, cuyos límites entre los griegos fueron siempre fluidos. Estos últimos artefactos musicales serán contemplados y contextualizados en una tercera entrada dedicada al ámbito funerario de Locros Epizefiri, junto con las referencias bibliográficas correspondientes al conjunto. Las frecuentes estrígilas de bronce, que materializan el ideal atlético, remiten al adiestramiento físico del varón en la palestra y a la competición entre iguales, otro ámbito de la paideia que requiere el ciudadano de estatus y en el que la música  también gozó de destacada presencia. Además de las estrígilas, no falta tampoco algún ejemplar de hálter en plomo, utilizados en el salto de longitud para dar impulso y propiciar el equilibro del atleta. Una cerámica de Lucifero ilustra el empleo de esta suerte de pesa que poseía forma de pabellón auricular, con un amplio hueco central para asirla con los dedos.



Prochous ático de figuras rojas de pequeño formato (altura 10,6 cms.). 
Hacia 450  a.C. Las versiones diminutas de este tipo de jarra, muy ateniense, abierta y destinada a verter, de una  tipología emparentada con el enócoe, solían adquirirse como regalo o bien ofrenda funeraria destinada a niños y adolescentes. A diferencia de las célebres ánforas panatenaicas (también presentes en Locros), no son frecuentes fuera del ática, donde pudieran vincularse de forma un tanto difusa a la celebración de las Antesterias, festival local de primavera en honor a Dioniso (Hamilton 1992). 
La jarra, que obedece a la versión más abierta de prochous, de boca ancha y circular, va decorada con la imagen de un adolescente desnudo representado de perfil que, portando haltéres, da una gran zancada, tal vez preparándose para el salto, pero antes de extender los brazos; sobre el fondo aespacial, cuelgan otros utensilios deportivos: a la derecha, un disco en una bolsa sugiere el entrenamiento de lanzamiento, con ello la ejercitación plural. Una vez depositada en la tumba, para la que no fue creada de forma específica, la vasija experimenta una resignificación funeraria, La imagen desnuda, que es a un tiempo anatomía cultural, desnudez ritual y cuerpo en escena (Barbanera 2017), adquiere el valor de una auto representación sustitutiva del difunto: el estricto mimetismo no prima en la lógica de las imágenes griegas y en el mundo funerario la relación con lo real es analógico y metafórico (D'Agostino 1985). De este modo, la imagen se erige en metáfora de la educación atlética de un individuo preadulto, con ello de un aprendizaje que formaba parte de "une éducation plurielle qui satisfait le corps et l’esprit, et qui s’adresse non pas au pais, à l’enfant, mais au jeune homme"  (Rimassa 2004). Un disco de bronce hallado fuera de la necrópolis también podría haber formado parte de un ajuar funerario masculino.. Necrópolis de Lucifero, tumba 754, caracterizada por cuantiosas ofrendas. Entre ellas, aparte de un segundo prochous -  en esta ocasión de temática dionisíaca: unida al consumo del vino, la beatitud del dios también era deseada para niños y adolescentes post mortem (Diez de Velasco 2004) -, dentro de la esfera deportiva también se consigna la estrígila metálica (Elia 2010). Museo Arqueológico Nacional, Reggio Calabria.

De otra parte, en el interior de las fosas también se hallaron numerosos y sofisticados espejos de bronce, destacadas manufacturas de producción local y ofrenda prevalente (aunque no en exclusiva) de los ajuares femeninos. Estos últimos, que suelen mostrar una mayor tendencia a la habrosyne (lujo, refinamiento), se caracterizan también por la presencia de anillos, pendientes, fíbulas y otros elementos de ornato personal, así como husos, alabastra y otros pequeños recipientes de tocador que remiten al mundus mulieblis: en la mayoría de los enterramientos femeninos la imagen de la mujer de rango en el espacio privado y confortable del gynaikaion se transfiere sin apenas cambios a la esfera funeraria mediante la especificidad del ajuar personal, indicador de determinados contextos de uso y de actividades vinculadas a la construcción de género, del mismo modo que los vasos destinados al consumo del vino prevalecen en los enterramientos masculinos. 


Fotografía de D. Elia (2013)

Ascos de pequeño tamaño con cuerpo en forma de tonel y cuatro apoyos anulares. En su parte cilíndrica se asemeja a un epínetro, utilizado en el trabajo de la lana. Cerámica locrense de figuras rojas, segundo cuarto del siglo IV .C., Grupo de Locres. El repertorio de la pintura vascular también aparece diferenciado en los enterramientos femeninos. En siglo IV son comunes los pequeños recipientes destinados a aceites y perfumes ejecutados en talleres locales de más que probable raíces sicilianas y que en Locros obedecen a una demanda  preferentemente funeraria (Elia 2005).  A menudo remiten al ámbito privado de las mujeres en un aspecto personal e íntimo. La presencia de Erotes alados asociados a la figura femenina es muy común. En  la cara A del askos, Eros volador abraza a una joven ricamente ataviada, incitándola al deseo. En la cara B, aparece una escena de juego de pelota entre dos jóvenes de distinto sexo, metáfora de invitación a una relación amorosa recíproca en un contexto prenupcial. La nimphé se muestra activa en la gestión de su destino y a menudo en este tipo de escenas mujeres y hombres comparten el juego de la seducción en aparente relación de igualdad (Dasen 2016, 2018). Como indicador de fortuna y azar, propios tanto del juego como de la trama amorosa, la sphaira, representada como en otras ocasiones en forma de roseta estilizada, aún está suspendida en el aire. De cuidado dibujo y cierta tendencia a la planitud, con figuras extendidas en superficie, el estilo es propio del grupo de Locres (Elia 2018). Tumba 844 de Lucifero, perteneciente seguramente a una joven núbil (Elia 2009). Museo Arqueológico Nacional, Reggio Calabria.

No obstante, la presencia de estrígilas en algunas tumbas de mujeres de alto estatus (como en tantos otros contextos funerarios itálicos fuera de Locros, tanto griegos como etruscos o de otras etnias en mayor o menor medida helenizadas), si bien pudiera aludir al vínculo con lo masculino a través del matrimonio, resulta susceptible de otras lecturas: puede tratarse de una convención funeraria de estatus marital o, sencillamente, un indicador de que las mujeres de la Grecia Arcaica y Clásica practicaban actividad física (no propiamente atlética) para mantener un cuerpo saludable y bello y también utilizaban estrígilas en su limpieza y cuidado. Así lo consigna el mundo de la cerámica ática historiada, donde a menudo  mujeres desnudas las emplean en la intimidad del baño (Massa-Pairault 1991, Colivicchi 2006). En todo caso, las prácticas normalizadas propiamente agónicas entre las mujeres griegas, suscitan hoy un escepticismo que incluso alcanza al propio "modelo espartano" (Wolicki 2014; García Romero 2016). En los años ochenta del pasado siglo, C. Bérard hablaba con gran clarividencia de "la imposible mujer atleta" en el mundo griego (Bérard 1986). La presencia de estrígilas en algunas tumbas femeninas de Lucifero, que como se ha señalado representa una práctica común, no sugiere la participación de las mujeres de Locros (donde ciertamente gozaron de mayores derechos que en otras ciudades griegas) en el ámbito sexualmente androcéntrico y excluyente de la competición atlética.

En este aspecto, el hecho es que muchos materiales funerarios particularmente relevantes (como acontece con los espejos) rebasan el ámbito del estereotipo de género. Muestran preferencias, pero a menudo las elecciones no poseen un sentido exclusivo en la construcción de  identidades. Los mismos objetos, bienes utilitarios convertidos en bienes simbólicos, pueden ser marcadores de prestigio social sin que por ello supongan una transgresión o anomalía de los roles de género (Sebillotte-Cuchet 2012/2013). En el caso del espejo, signo polisémico por excelencia, cabe recordar las connotaciones mágico religiosas en tanto que mediador entre el mundo de los vivos y el de los muertos, así como su simbología de pasaje o tránsito nupcial (Cassimatis 1998;  Colivicchi 2006; Vergara Cerqueira 20018), conforme a creencias comunes a ambos sexos.

 En los enterramientos privilegiados de los siglos VI y V a.C. no faltan los lujosos alabastra de alabastro, material considerado incorruptible, idóneo para la conservación de ungüentos y sofisticados perfumes, piezas estrechamente partícipes del mundo sensorial de los aromas, que forman parte relevante de la kosmesis. Desde la perspectiva tipológica domina el vaso de pequeño tamaño, con base redondeada, cuerpo alargado y dos pequeñas asideras simétricas, cuello estrecho y labio horizontal exvasado para facilitar la aplicación de su contenido sobre la piel. Se trata de la forma vascular en piedra que inspiró el ἀλάβαστρον griego en arcilla o pasta vítrea. De larga tradición egipcia, pero de posible proveniencia de talleres jónico orientales, representan bienes de prestigio importados y en Locros se utilizaron con función exclusivamente funeraria, un uso inherente a estos vasos de piedra finamente veteada difundidos como productos exóticos por todo el Mediterráneo y de frecuente presencia en las tumbas fenicias y griegas (Elia y Cavallo 2002). Como en muchas otras necrópolis, representan una categoría de objetos de lujo asociados de forma muy preferente a enterramientos femeninos, alusivos al cuidado corporal que procura distinción y atracción física

Si bien comunes en las necrópolis griegas, desde el punto de vista cuantitativo se revela casi abrumadora la presencia en las tumbas de Lucifero de huesos cortos de astrágalos (en torno a los 8.000) más o menos trabajados. Dispuestos en torno al cadáver - depositado directamente  sobre el suelo en decúbito supino -  que circundan y enmarcan, o acotando una parte del cuerpo que parecen aislar y proteger, representan indicadores polisémicos pero sustancialmente apotropaicos (Elia y Carè 2004; Caré 2000-2001,2010,2013). Hoy se relativiza la función estrechamente vinculada a los enterramientos infantiles argumentada en el empleo lúdico de estos huesos en la vida cotidiana: en todas las fases de la necrópolis de Lucifero los astrágalos son más numerosos en tumbas de adultos y tampoco poseen particular significación en cuanto a distinciones de género.


Espejo de bronce con soporte figurado procedente de la tumba 865 de Lucifero, h. 460-450 a.C. El disco liso va ribeteado de decoración incisa de lengüetas y se une al mango por medio de una plaquilla que reproduce un capitel entre jónico y eólico. Plenamente escultórico, el mango representa  la imagen en pie de un atleta oferente que abandona la postura de atlante, con los brazo elevados, común en el tardo arcaísmo. El nuevo código de convenciones propio del Estilo Severo se hace bien patente. Los brazos separados del cuerpo el calculado contraposto, la austeridad expresiva y el cabello corto hallan su correlato en la plástica monumental de aquel tiempo. Apareció intacto en una tumba de pozo cubierta por teja, en la mano derecha del difunto. Presentes ya en los enterramientos arcaicos, en Locros los hallazgos de espejos de bronce se hacen más frecuentes durante el siglo V a.C. No faltan ejemplares con la representación en el mango de personajes masculinos o femeninos en equilibrio sobre una tortuga, imágenes de particular interés iconográfico (Pilz 2020). Museo Arqueológico Nacional, Reggio Calabria. Foto Magna Graecia (Atenas 2004)


Espejo de bronce sin soporte figurado, con una espiga en su base destinada a ensamblarse en una empuñadura. En la placa calada bajo el disco, se recorta la figura de una abatida Electra, sentada en la tumba de Agamenón se  aferra a la urna con las cenizas que cree de su hermano Orestes. Metáfora del duelo, que en su duplicidad funeraria condensa lamento fúnebre y frustración tenaz, es muy posible que la imagen fuera mediatizada por el influjo teatral de la tragedia  ateniense (F. Costabile 2008). Cabe recordar el célebre monólogo de la Electra de Sófocles, probablemente representada en Atenas entre 415 y 413 a.C.:
Mi padre ha perecido, yo soy muerta, tú no existes! Nuestros enemigos ríen; nuestra madre impía está insensata de gozo, porque me habías hecho anunciar frecuentemente que volverías como vengador. Pero un Genio, funesto para ti y para mí, lo ha deshecho todo, y trae aquí, en lugar en lugar de tu querida forma, tus cenizas y una sombra vana.
 Ejecutado h. 400 a. C, procede de la necrópolis de Lucifero, que Paolo Orsi denominaba necrópolis de los espejos por el elevado número y calidad de estos hallazgos, presentes en todas las fases de utilización de la necrópolis. Ya entrado el siglo IV, en las placas figurativas de los espejos domina el mundo de Afrodita y Eros. Museo Arqueológico Nacional de Reggio Calabria. Foto F. Marín 
                                   
  La diferenciación y especificidad de los ajuares facilitan la identificación de la pertenencia  social y el sexo, pero también la edad de los difuntos. Aunque esta última no poseía tanta relevancia como la posición social de la familia, resultan interesantes las ofrendas en tumbas infantiles, donde se depositaban algunas manufacturas diferenciadas, atribuibles al mundo lúdico, a los juegos de la infancia (juguetes tales como muñecas de extremidades articuladas que se asemejan a mujeres adultas, sonajeros, pequeñas bigas, pelotas de juego, etc.). Pudieran aludir a la especial ruptura social que supone la muerte temprana que ancla al difunto en una perpetua niñez, expresada a través de la cultura lúdica infantil que supone un primer aprendizaje social truncado por el deceso prematuro (Delia y Meirano 2009, Scilabra 2012). Pero también es muy posible que en este tipo de ofrendas el valor afectivo del objeto primara sobre la significación social.


Pequeño carro, una biga en bronce de cuidada ejecución hallada en la tumba 400 de la necrópolis de Lucifero. Museo Arqueológico Nacional de Locri. Los juguetes son distintivos de los enterramientos infantiles, denotando una actividad intrínseca a la primera edad, con ello a una práctica exclusiva. En términos generales, las muñecas dominan en las tumbas de niñas y pre adultas griegas; en cambio las biga, al fin y al cabo un cochecito, no representa un elemento determinante en la fijación de género; sí en cambio de estatus familiar (Scilabra 2012). 

                 Siguiendo una pauta común en todo el mundo heleno, y en contraste con los asentamientos indígenas helenizados de la Magna Grecia, en ningún caso el depósito de armas y parafernalia militar en el interior de los sepulcros poseyó relevancia. Una práctica excluida que a diferencia de las ofrendas de piezas de armamento en los santuarios, como en la propia Locros (comenzando por el Persephoneion, donde se hallaron dos yelmos calcídicos de bronce) y sus subcolonias tirrénicas (Cardosa 2018), fue abandonada en las ciudades griegas en el transcurso del siglo VI a.C. Así pues, y de forma prioritaria, los ciudadanos  no eran evocados en el mundo de ultratumba como guerreros: la preparación y actividad militar del difunto no se materializa y explicita mediante el depósito de armamento  sino que sustancialmente se halla presente de forma alusiva a través del oportuno y coherente mundo de imágenes que proporciona una parte de la cerámica historiada depositada en las tumbas.

Marcadores de visibilidad de la tumba. El reconocimiento en superficie

Con respecto a la visibilidad del enterramiento y su relación con el paisaje funerario, dominio en el que la aportación francesa también ha sido destacada e innovadora (Bièvre-Perrin, 2013, 2015, 2016), en Lucifero se consignan elementos de señalización externa, a modo de pequeños epitymbia tallados en piedra o realizados en terracota y de gran variedad tipológica: cipos, basas, posibles restos de estelas, algún fragmento de capitel corintio, una hydria o lutroforo de época helenística tallada en mármol y decorada con escena de despedida, numerosos ejemplares de árulas. 

                            Objetos fuera de la tumba, poseían un estatus diferente  del mobiliario de acompañamiento al difunto en el interior. En palabras de F. Bièvre-Perrin,"signe figuré d’une frontière, le marqueur funéraire représente à la fois le point de contact et le point de séparation entre monde des vivants et monde des morts" (2013). Varios  de estos testimonios fragmentarios y dispersos, fueron hallados en la excavación de Orsi, quien si bien subrayó su interés, descartó la función funeraria que en los últimos años se revisa y replantea, pues al menos muchas de estas piezas descontextualizadas debieron formar parte del complejo código que construía y articulaba el paisaje de la necrópolis. A su vez, también los túmulos de guijarros presentes en varias tumbas creaban sémata en la necrópolis, señalando y singularizando determinados enterramientos sin por ello mostrar ostentación ni alarde de exclusividad, sin exteriorizar un  rango elevado. En Loros es posible la existencia de una regulación oficial de los espacios funerarios que impusiera algunas pautas relativamente isonómicas. Quizá en su constitución ancestral, caracterizada por una conservadora e inalterable eunomia, figurara alguna ley que prohibiera o restringiera la opulencia funeraria en la señalización de la tumba. Lo que no resulta incompatible con un régimen oligárquico: los grupos aristocráticos no precisaban rivalizar ni hacer alarde de riqueza en este ámbito.  


Frente de un pequeño altar (arula) rectangular (29 x 55,7 cms.) ejecutado en terracota a partir de un molde, lo que indica una producción en serie de valor incomparablemente menor que las piezas exclusivas. Las árulas representan un producto peculiar del artesanado de la Magna Grecia y Sicilia y suelen destinarse al culto doméstico o bien poseer un carácter votivo, si bien no falta la utilización funeraria. Lucifero deparó abundantes ejemplares, lo que pudiera denotar una cierta preferencia por este tipo de señalización, habitualmente policromada.
 Datada h. 530 a. C, en el frente, único lado decorado, entre las molduras horizontales, de listel liso, muestra una cuadriga en plena carrera con el conductor de perfil vestido con el característico chitón largo (xystis),  empuñando las riendas e inclinado hacia adelante para avivar la velocidad de los caballos que se reproducen a pleno galope con el pronunciado efecto de superposición de perfiles por el que muestra especial interés la ceramografía de figuras negras. En el mundo griego la carrera de carros, de origen heroico, representó por mucho tiempo el certamen más prestigioso, amén de aristocrático por excelencia. La victoria no corresponde al auriga, sino al propietario (en algunas ocasiones, propietaria) del carro vencedor. 
No se puede descartar un valor de microarquitectura simbólica, inspirada en altares monumentales. Dos columnas dóricas de fuste liso actúan como límite de la escena ecuestre, esta última particularmente frecuente en el reverso de las ánforas panatenaicas de aquel tiempo. El límite figurativo señalado por  las pequeñas columnas se halla presente en otras árulas halladas en Locros. El pequeño altar portátil, ofrenda familiar y privada, pudo tener un sentido conmemorativo, al tiempo que señalizaba un enterramiento como marcador de superficie, ya fuera sobre la tumba o en su espacio inmediato. Este y otros tipos de marcas muebles podían  fácilmente removerse de su ubicación originaria y algunas de estas árulas (a veces incluso miniaturísticas) fueron incluso reutilizadas como material de construcción en tumbas posteriores. La pieza cuenta con paralelos tipológicos e iconográficos en el ámbito siciliano (Rubinich y Origlia 1989). Hallada en la necrópolis de Lucifero. Museo Arqueológico Nacional de Locri.

               Del mismo modo se consigna la presencia de piezas de cerámica fuera de la tumba, como las cráteras utilizadas por los participantes en el ritual funerarioque iba más allá del momento del sepelio (Elia 2003), abarcando también la frecuentación  familiar del lugar con intención conmemorativa: junto a continente de los restos mortales, el τάφος es también receptáculo permanente e indisociable de la memoria del finado. Si el término séma posee una connotación espacial  y funcional que remite a la señalización y al reconocimiento del lugar de la tumba, esta suele ser designada también como mnéma cuya semántica posee un valor personal y temporal en tanto que indica un lugar conmemorativo, el lugar de recuerdo del finado, el memorial (Andronikos 1961-1962; Stroszeck 2013). A los deudos corresponde el conmemorar, el evocar la vida del difunto así como la protección y cuidado de la tumba, funciones en las que las mujeres jugaron un destacado papel. En este último ámbito, el mundo de imágenes desplegado en los lécitos funerarios áticos de fondo blanco característicos de la segunda mitad  del siglo V a.C. resulta bien elocuente.  
 
Además de un empleo como recipientes de libación y bebida, en algunas tumbas las grandes cráteras pudieron utilizarse también con función señalizadora de marcador objetual. Al igual que en tantos otros contextos funerarios, quedan testimonios de que, como acción ritualizada, algunas de estas vasijas fueron fracturadas voluntariamente tras su uso en libaciones y en el consumo colectivo del vino en honor al difunto (Elia 2010)

                   Es muy posible que el  panorama de la señalización se transformara durante el Helenismo, cuando en Locros al menos de forma puntual se constatan marcadores arquitectónicos de cierta monumentalidad emplazados sobre la tumba. Se trata de aristocráticos naiskoi, en particular atestiguados en el importante hallazgo de P. Orsi en una necrópolis de la chóra con muy escasas tumbas, emplazada en el lugar llamado contrada Faraone al NE del núcleo urbano, del que dista unos 1500 ms, y asociada a un camino que conducía a la ciudad. Recientemente, los restos conservados del pequeño monumento, que no depararon excesiva atención, han sido estudiados  en profundidad y puestos en valor arquitectónico por F, Bièvre-Perrin y M. Fincker. Datado entre fines del siglo IV y comienzos del III a.C., del edículo de orden dórico se conserva una sección lateral del entablamento perimetral y de la superestructura del frontis, con parte del sofito de casetones. Tallado en un bloque monolítico de arenisca de calidad, sin vestigios de decoración escultórica (tanto el tímpano del frontón como las metopas del friso son lisos), pero con significativos restos de policromía. Suscita algunos vínculos genéricos con el gran referente tarentino, pero en particular con los monumentos funerarios de Sicilia con epitymbia  propiamente arquitectónicos (Burkhardt 2013). Se trataría de un  naiskos con al menos un frontis columnado y de volumetría constructiva similar a la de un tesoro. En especial, cabe recordar los estrechos nexos de la ciudad jónica con su gran aliada del sur, la poderosa Siracusa y la proliferación de este tipo de monumentos funerarios a caballo entre los siglos IV y III a. C. en casi toda la isla en ámbitos griegos y sículo-griegos, con referentes tan destacados como el complejo de Contrada Cardusa en Abakainon (Tripi) (Bacci, Coppolino, Arizia 2018; Sofia 2019, 2020), 

      Esta muestra de boato funerario, de pronunciada distinción aristocrática,  probablemente se  destinó a un enterramiento femenino (pudo haber incluido la estatua en bulto redondo de la difunta), expresa de forma bien manifiesta el considerable nivel de riqueza alcanzado por algunos grupos familiares de la polis. En todo caso, la aparición de estas estructuras funerarias constituye la afirmación de una apropiación simbólica del espacio (D'Agostino y  Schnapp 1990) y en la chóra tal vez un signo de pertenencia, alusivo a la propiedad  territorial, a la tenencia de la tierra por parte de los grupos de hacendados. Hoy por hoy no puede asegurarse en que medida esta monumentalización sobre la tumba, que comporta una memoria bien visible, afectó a los sectores funerarios periurbanos de Locros con presencia de enterramientos helenísticos.


Restos del naiskos del Primer Helenismo procedente de Contrada Faraone. Longitud del frontis, 183 cms. El monumento expresa al exterior de la necrópolis una voluntad de distinción que en la Locros arcaica y clásica era escasamente apreciable en el panorama funerario, pues se manifestaba ante todo en los depósitos subterráneos.
 Estos nuevos modos de señalización arquitectónica, que en el ámbito de la Grecia de Occidente  tuvieron sus grandes expresiones itálicas en Tarento y Sicilia, destacaban de forma prominente en el  paisaje de la necrópolis que jerarquizaban de forma tanto visual como simbólica. Museo Arqueológico Nacional de Locri. Foto F. Marín.