Excluidas de la esfera
política y militar, ajenas a la deliberación sobre el acontecer de la
ciudad y al ejercicio de las armas, las
mujeres griegas lo están también de la historia de las asambleas y de las
guerras, principales ámbitos en la vida pública de la polis.
Algunos autores clásicos recogen con particular desaprobación y recelo las incursiones femeninas en el terreno de lo público. A
propósito de Esparta, Aristóteles en Politica reprocha que “muchas cosas
eran administradas por las mujeres en época de la hegemonía”, para añadir a continuación que “incluso para la audacia,
que no tiene ninguna utilidad para las cosas corrientes, y sólo, si acaso en la
guerra, fueron muy perjudiciales para ella las mujeres de los laconios. Lo
demostraron durante la invasión de los tebanos; no fueron útiles para nada,
como en otras ciudades, y causaron más confusión que los enemigos”. Extensivo a otras ciudades, el juicio y el prejuicio ginecocrático de Aristóteles sobre las espartanas adquiere un carácter general: la intromisión de las mujeres en asuntos públicos que no les concierne y en los que son incompetentes (administración de lo común, defensa de la ciudad), solo puede conducir a resultados catastróficos.
En cambio otras fuentes (Tucídides, Diodoro, Plutarco, Pausanias) reconocen algunas hazañas femeninas en este
último terreno a propósito de episodios que se desarrollan en momentos de
crisis aguda de la polis, de extremado peligro exterior o bien de violenta stásis,
de revuelta interna. Es decir, en las extremas circunstancias de emergencia en las que Platón, como defensa última, justificaba en las Leyes la intervención de las mujeres en la guerra.
Un buen ejemplo de esta excepcionalidad lo recoge Pausanias a propósito de la tegeata Quera (también llamada Marpesa), que junto con el resto de las mujeres de la ciudad combatió contra el ataque laconio armada, cuerpo a cuerpo, sobresaliendo en audacia, logrando entre todas una victoria que los hombres no habían conseguido (Paus. 48.4-5). El Periegeta contempló el escudo de Quera, depositado como ofrenda triunfal en el templo de Atenea Alea (Paus. 8.47.2). En congruencia con el relato, señala en el ágora de Tegea la presencia de una estela con la imagen de Ares, venerado como Γυναικοθοίνας ,"a quien las mujeres festejan", y a quien solo ellas ofrecieron sacrificios tras la victoria puesto que solas habían repelido al enemigo. Esta última versión de Pausanias ha sido cuestionada con fundamento: la νικητήρια, la celebración de sacrificios y banquetes tras la victoria, era también competencia tradicional y exclusiva de los guerreros. Este empoderamiento femenino (del que nada dice Heródoto) expresa una inversión de funciones y una apropiación de prerrogativas y pudiera obedecer a una leyenda destinada a explicar el origen de la epíclesis de Ares (un apax), que sin embargo parece responder a unas connotaciones de significado bien distintas (Graf 1984, Prieto 1989, Moggi 2005). El relato del protagonismo femenino en un combate hoplítico contra Esparta tuvo su contrapunto en la ciudad de Argos (Paus.2.20.9).
Nicole Loraux dedicó páginas
bien clarividentes a estas esporádicas intervenciones colectivas - y
conflictivas- de las mujeres en la vida pública de la ciudad clásica ante el
apremio de la guerra. Así aconteció en la actuación defensiva en Platea, en Corcyra o en Selinonte donde lograron amedrentar al enemigo hasta
conseguir su repliegue. Pertrechadas de piedras y tejas (armas rudimentarias
bien distintas del carismático armamento hoplítico), que arrojaban desde las
azoteas acompañadas de grades gritos. Su participación como auxiliares o
retaguardia de los hombres poco tiene que ver con el combate reglado y
canónico, exclusivamente masculino y expresión
del verdadero valor, de la auténtica andreia. Constituida en
grupo, similar a una muralla, la falange de hoplitas se identificaba con la
polis, con la patria y con la defensa y, en términos comparativos, las
actuaciones femeninas en socorro de la ciudad se juzgaban intervenciones
oblicuas y precipitadas, cuando no impregnadas de menadismo. En todo caso, intervenciones que se sitúan en las antípodas del mítico combate amazónico.
En estas situaciones de lucha,
de guerrilla grupal de las mujeres, el ímpetu y el coraje
femenino se interpreta todo lo más como un servicio subalterno, como υπηρεσία: lo mismo que un esclavo o un anciano, ocasionalmente
las mujeres pueden prestar en la guerra cierta colaboración logística
escasamente organizada. Pero, pese a la eficacia de alguna de sus
intervenciones, la audacia femenina se percibe como irracional y confusa,
cuando no molesta y hasta contraproducente. En todo caso anómala, pues al actuar por cuenta
propia incluso podrían causar mayor confusión en el conflicto: en palabras de
Aristóteles, el coraje femenino es coraje subordinado, no coraje de mando. Más allá de esa subordinación, se trata de un coraje intrépido.
Como testimonian los poemas
homéricos, los dramaturgos áticos o los relatos de Plutarco en Virtudes
de las Mujeres, en la guerra, al igual que en otros ámbitos que atañen al
cuerpo ciudadano -colectivo de ándres- , la función natural de las
mujeres se evidencia pasiva e inerme, sin apenas margen de actuación. Apartadas del combate, que se les
deniega, en la guerra se les requiere en cambio la reserva, el silencio y la incertidumbre
de la espera. Con ella, llegará la aflicción, el duelo o la súplica que mejor
parecen corresponder a la condición y disposición que la mentalidad
androcéntrica les atribuye y les requiere.
BIBLIOGRAFÍA
SCHAPS (1982)
GRAF (1984)
LORAUX (1985,1989)
DUCAT (1999)
MARÍN VALDÉS (2005)
PAYEN, (2004, 2011, 2012)
DUCREY (2019)