domingo, 21 de julio de 2019

Audaces y temerarias. El combatir en femenino en la Grecia Clásica




     Excluidas de la esfera política y militar, ajenas a la deliberación sobre el acontecer de la ciudad y al ejercicio de las armas, las mujeres griegas lo están también de la historia de las asambleas y de las guerras, principales ámbitos en la vida pública de la polis.

           Algunos autores clásicos recogen con particular desaprobación y recelo las incursiones femeninas en el terreno de lo público. A propósito de Esparta, Aristóteles en Politica reprocha que “muchas cosas eran administradas por las mujeres en época de la hegemonía”, para añadir  a continuación que “incluso para la audacia, que no tiene ninguna utilidad para las cosas corrientes, y sólo, si acaso en la guerra, fueron muy perjudiciales para ella las mujeres de los laconios. Lo demostraron durante la invasión de los tebanos; no fueron útiles para nada, como en otras ciudades, y causaron más confusión que los enemigos”. Extensivo a otras ciudades, el juicio  y el prejuicio ginecocrático de Aristóteles sobre las espartanas adquiere un carácter general: la intromisión de las mujeres en asuntos públicos que no les concierne y en los que son incompetentes (administración de lo común, defensa de la ciudad), solo puede conducir a resultados catastróficos. 

   En cambio otras fuentes (Tucídides, Diodoro, Plutarco, Pausanias) reconocen algunas hazañas femeninas en este último terreno a propósito de episodios que se desarrollan en momentos de crisis aguda de la polis, de extremado peligro exterior o bien de violenta stásis, de revuelta interna. Es decir, en las extremas circunstancias de emergencia en las que Platón, como defensa última,  justificaba en las Leyes la intervención de las mujeres en la guerra. 

Un buen ejemplo de esta excepcionalidad lo recoge Pausanias a propósito de la tegeata Quera (también llamada Marpesa), que junto con el resto de las mujeres de la ciudad combatió contra el ataque laconio armada, cuerpo a cuerpo, sobresaliendo en audacia, logrando entre todas una victoria que los hombres no habían conseguido (Paus. 48.4-5). El Periegeta contempló el escudo de Quera, depositado como ofrenda triunfal en el templo de Atenea Alea (Paus. 8.47.2). En congruencia con el relato, señala en el ágora de Tegea la presencia de una estela con la imagen de Ares, venerado como Γυναικοθοίνας ,"a quien las mujeres festejan", y a quien solo ellas ofrecieron sacrificios tras la victoria puesto que solas habían repelido al enemigo. Esta última versión de Pausanias ha sido cuestionada con fundamento: la νικητήρια, la celebración de sacrificios y banquetes tras la victoria, era también competencia tradicional y exclusiva de los guerreros. Este empoderamiento femenino (del que nada dice Heródoto) expresa una inversión de funciones y una apropiación de prerrogativas y pudiera obedecer a una leyenda destinada a explicar el origen de la epíclesis de Ares (un apax), que sin embargo parece responder a unas connotaciones de significado bien distintas (Graf 1984, Prieto 1989, Moggi 2005). El relato del protagonismo femenino en un combate hoplítico contra Esparta tuvo su contrapunto en la ciudad de Argos (Paus.2.20.9). 

Nicole Loraux dedicó páginas bien clarividentes a estas esporádicas intervenciones colectivas - y conflictivas- de las mujeres en la vida pública de la ciudad clásica ante el apremio de la guerra. Así aconteció en la actuación defensiva en Platea, en Corcyra o en Selinonte donde lograron amedrentar al enemigo hasta conseguir su repliegue. Pertrechadas de piedras y tejas (armas rudimentarias bien distintas del carismático armamento hoplítico), que arrojaban desde las azoteas acompañadas de grades gritos. Su participación como auxiliares o retaguardia de los hombres poco tiene que ver con el combate reglado y canónico, exclusivamente masculino y expresión  del verdadero valor, de la auténtica andreia. Constituida en grupo, similar a una muralla, la falange de hoplitas se identificaba con la polis, con la patria y con la defensa y, en términos comparativos, las actuaciones femeninas en socorro de la ciudad se juzgaban  intervenciones oblicuas y precipitadas, cuando no impregnadas de menadismo. En todo caso, intervenciones que se sitúan en las antípodas del mítico combate amazónico.

En estas situaciones de lucha, de guerrilla grupal de las mujeres, el ímpetu y el coraje femenino se interpreta todo lo más como un servicio subalterno, como υπηρεσία: lo mismo que un esclavo o un anciano, ocasionalmente las mujeres pueden prestar en la guerra cierta colaboración logística escasamente organizada. Pero, pese a la eficacia de alguna de sus intervenciones, la audacia femenina se percibe como irracional y confusa, cuando no molesta y hasta contraproducente. En todo caso anómala, pues al actuar por cuenta propia incluso podrían causar mayor confusión en el conflicto: en palabras de Aristóteles, el coraje femenino es coraje subordinado, no coraje de mando. Más allá de esa subordinación, se trata de un coraje intrépido.  

Como testimonian los poemas homéricos, los dramaturgos áticos o los relatos de Plutarco en Virtudes de las Mujeres, en la guerra, al igual que en otros ámbitos que atañen al cuerpo ciudadano -colectivo de ándres- , la función natural de las mujeres se evidencia pasiva e inerme, sin apenas margen de  actuación. Apartadas del combate, que se les deniega, en la guerra se les requiere en cambio la reserva, el silencio y la incertidumbre de la espera. Con ella, llegará la aflicción, el duelo o la súplica que mejor parecen corresponder a la condición y disposición que la mentalidad androcéntrica les atribuye y les requiere.

BIBLIOGRAFÍA

SCHAPS (1982)
GRAF (1984)
LORAUX (1985,1989)
PRIETO (1989)
DUCAT (1999)
MARÍN VALDÉS (2005)
PAYEN, (2004, 2011, 2012)
 DUCREY (2019)