jueves, 5 de octubre de 2023

Imágenes de excelencia IV. Winckelmann y las Herculanesas de Dresde


             

Staatliche Kunstsammlungen Dresden: Skulpturensammlung.
            
                  Las tres Herculanesas, hoy punto focal de la coleccion de escultura clásica ubicada en la Osthalle del Semperbau en el Zwinger de Dresde (sala de elogiable presentación), significaron el centro de interés de Winckelmann hacia el muy exiguo número de piezas  antiguas que pudo contemplar de la gran colección regia (Protzmann 1977, Knoll 2017).

 En la corte del Elector de Sajonia Federico Augusto II (Augusto III rey de Polonia), en un  tiempo de gran ampliación de la pinacoteca real que duraría hasta la Guerra de los Siete Años, la privilegiada pintura de caballete de los maestros modernos e incluso las fastuosas piezas de arte suntuario eran incomparablemente más apreciadas que la colección de estatuaria antigua (Zimmermann 1977Daehner 2013). 

El año 1747, en principio con carácter provisional y por necesidad de espacio para ceremonias palaciegas (Knoll 2007, 2017) aquellas estatuas, que por entonces constituían la compliación de antigüedades más importante al norte de los Alpes, se habían retirado de la Galería de Esculturas Antiguas y Modernas del Palacio del Gran Jardín. Fueron embaladas y almacenadas en varios pabellones ubicados en torno al Palacio, donde habrían de permanecer relegadas y prácticamente inaccesibles durante décadas. Así lo recordaría mucho más tarde Winckelmann y no sin crítica y sarcasmo en Abhandlung von der Fähigkeit der Empfindung des Schönen in der Kunst, und dem Unterrichte in derselben (1763):
           
Ich kann aber das Vorzüglichste von Schönheit nicht angeben , weil die besten Statuen in einem Schuppen von Bretern , wie die Heringe gepacket , ſtanden , und zu sehen, aber nicht zu betrachten waren. Einige waren bequemer geftel let, und unter denselben sind drey bekleidete Weibliche Figuren , wekhe die ersten Herculanischen Entdeckungen sind. 
 
Conocedor del inventario ilustrado de la colección de los mármoles antiguos de Augusto el Fuerte publicado en Dresde en 1733 por Raymond Leplat, Winckelmann era plenamente consciente de que entre las estatuas que se hallaban empacadas, la mayor parte procedendes de grandes colecciones italianas - Chigi, Albani, también del disperso Museum Bellorianum: varias estatuas antiguas de este último se hallaban en Berlín y fueron regaladas al Elector Sajón por Federico I de Prusia -, había obras de mayor relieve que las por entonces  consideradas Vírgenes Vestales. Pero no pudo contemplarlas ni enjuiciar la excelencia de aquellas piezas arrinconadas. Solo escasas esculturas como las tres Herculanesas incorporadas más tarde al grueso de la colección, podían examinarse con atención al hallarse mejor ubicadas que el resto del acopio. A título de ejemplo, en aquel hacinamiento de mármoles se encontrarían las dos versiones de la Atenea Lemnia de Fidias o la Ménade danzante, el Zeus y el Joven de Dresde, esta última réplica de una obra de Policeto (Justi 1956, Zimmermann 1977), todas ellas obras que los Gedanken no mencionan. Las piezas habrían de mantenerse confinadas en los pabellones hasta 1786, cuando fueron trasladadas a la planta baja del Palacio Japonés, en la otra orilla del Elba. Allí  permanecieron durante más de un siglo para luego experimentar nuevas movilidades museisticas (como su instalación el Albertinum), algunas dramáticamente sobrevenidas (Knoll 2007, Daehner2013).

Reconstrucción de la versión romana en mármol de  la célebre Atenea Lemnia de Fidias con el agregado de un calco de la cabeza del Museo Cívico de Bolonia. Procede de la colección Albani. Skulpturensammlung, Staatliche Kunstsammlungen de Dresde. Foto F. Marín.

Encuadradas en una la visión eticista e idealizada del pasado donde sin embargo subyace un sustrato histórico-antropológico (Dongowski 2001), en las Herculanesas Winkelmann reconoció estatuas griegas e imágenes de vestales. No discute esta identificación basándose en fuentes escritas, del mismo modo que la presencia de las tres estatuas en los Gedanken no tiene como fin ilustrar o debatir texto alguno. Aunque no fue el primero en ver en ellas figuras de sacerdotisas de Vesta, los Gedanken contribuyeron de forma concluyente a que durante mucho tiempo fueran conocidas como Vestalinnen zu Dresdenel empleo del término Herculanesas para designar las estatuas sólo se hizo de uso común a partir de fines del siglo XVIII, Con esta última denominación (Herkulanerinnen) se ponía el acento en el prestigioso origen de las piezas en lugar de afirmar en  ellas una incierta condición de sacerdotisas.

Ya se ha señalado la atención de Winckelmann hacia otras esculturas de vestales de las colecciones de Dresde, concretamente las dos estatuas de Tuccia, debatidas en el Manuscrito de San Petersburgo. Un interés que obedece plenamente a la atracción dieciochesca hacia las célebres sacerdotisas romanas (Dellon 1995). Percibidas como solemnes oficiantes en el Aedes Vestae, pero a menudo también evocadas en episodios sufrientes e incluso morbosos, en la Roma antigua el centro de atención pública hacia el colegio de vestales radicaba en la castidad, garante del orden, la prosperidad y la continuidad del Estado. Aún contando con excepcionales prerrogativas cívicas, y no solo en el ámbito estrictamente religioso (Kroppenberg 2010), eran en cambio objeto de sumisión a un severo código de conducta: así, la célebre Tuccia, hubo de probar su integridad mediante el prodigioso episodio del tamiz que llenó de agua del Tíber sin que se derramara una sola gota, desvaneciendo con ello las falsas acusaciones. 

La pérdida de la virginidad de las vestales (símbolos del propio Estado) o cualquier mancha sobre su pureza representaba en Roma un mal augurio para la ciudad, para la res publica, una grave transgresión del orden sancionada con los más crueles castigos, particularmente el enterramento ritual en vida, descrito con detalle y consternación por Plutarco (Plu. Num.10), pero cuya dureza las fuentes latinas nunca cuestionan. En realidad, y conforme a los testimonios antiguos en numero exiguo (se tiene noticia de unos veinte casos), algunas vestales fueron víctimas expiatorias para restablecer equilibrios, para aplacar a los dioses y restituir la estabilidad cuando la crisis interna o la amenaza externa se cernían sobre la ciudad, el Estado y el Imperio (Takács 2008). En contrapartida, muchas otras sacerdotisas (Vestales Máximas) fueron objeto del mayor reconocimiento público y en el Atrium Vestae se erigieron múltiples efigies de las oficiantes acompañadas de las correspondientes inscripciones nominales. 

                     Durante el Siglo de las Luces, cuando consideradas con espíritu crítico las creencias religiosas fueron objeto de intensa polémica ilustrada, las vestales romanas se convirtieron en protagonistas recurrentes de la escritura (estudios históricos, novelas, dramas, poemas, libretos), de las artes figurativas (incluido el retrato femenino de rango, que con frecuencia se historiza o alegoriza al adoptar el atuendo velado de vestal que comunica templanza) (Schalles 2002), y gozaron también de muy destacada presencia en el mundo escénico (dramas, óperas, ballets). Las guardianas del fuego sagrado del hogar de Vesta - diosa virgen por excelencia - sobre cuyo singular estatus social y ambiguo estatus sexual  aún hoy se mantienen incertidumbres planteadas ya hace décadas (Beard 1980, 1995), formaron parte del debate y del imaginario colectivo de aquel tiempo. ¿Pero por qué nos complacen siempre estas figuras de vestales? Porque son a un tiempo seres históricos, poéticos y morales, habría de preguntarse Diderot (Salon de 1765).


Angelika Kauffmann, "retrato historiado" de una dama (tal vez autorretrato de la propia autora) representada como vestal. Cubierta con fino velo transparente, viste ropaje blanco y porta una pequeña lámpara romana encendida, alusiva al fuego sagrado de Vesta. Datado en 1781/2, probablemente a finales de su larga estancia en Inglaterra, el retrato de la pintora suiza procura conciliar virtud, elegancia y encanto. Gemäldegalerie Alte Meister, Dresde. Foto F. Marín.

Joseph-Benoît Suvée (h.1785). La vestal Tuccia portando el tamiz lleno de agua del Tiber para probar su inocencia. Museo Groeninge, Brujas. Foto E. Garin.

                      Objeto de una de las primeras descripciones escultóricas de Winckelmann y  la más extensa y pormenorizada de los Gedanken, en el escrito las Herculanesas no solo se valoran en tanto que piezas magistrales del pasado, comparables -particularmente la de mayor tamaño-  a la denominada Flora Farnese (es posible que Winckelmann tuviera in mente la Capitolina, mucho más austera). El autor también procura rescatar lo nuevo de lo antiguo, confiriendo a las piezas actualidad patrimonial. Así, subraya la importancia arqueológica de las estatuas en tanto que primeros hallazgos de la ciudad sepultada: "merece la pena dar a conocer al mundo que estas tres piezas divinas iniciaron los primeros pasos para los posteriores descubrimientos de los tesoros enterrados de la ciudad de Herculano". Señala tambien el privilegiado estado de conservación de las estatuas en comparación con otras obras mucho más célebres de la Antigüedad. Asimismo, recoge el testimonio de las reproducciones en moldes de arcilla ejecutadas por el escultor L. Mattielli, que trabajó en Viena (donde probablemente actuó como intermediario en la compra) y luego en Dresde (donde fue inspector de la colección real de esculturas), antes de que las tres estatuas abandonaran la capital austríaca. De hecho con el tiempo los innumerables duplicados en yeso - estrictamente blancos - que se realizaron de las Herculanesas habrían de contribuir decisivamente a la difusión y conocimiento de los retratos dentro y fuera de Alemania (Woelk 2007). Por último, el Gelehrte comenta la airada consternación del mundo artistico vienés ante el traslado a Dresde de las tres estatuas, hasta entonces expuestas en la Sala de Mármol del Paraíso Terreno del Belvedere inferior y finalmente adquiridas junto con otras piezas por el Elector de Sajonia Federico Augusto II a la sobrina y única heredera del Príncipe Eugenio de Saboya, a quien el gran militar ni tan siquiera conocía en persona. En 1736/7 las prestigiosas estatuas se hallaban ya en la capital sajona, donde su primera instalación fue en el Stall-Gebäude para ser trasladadas años después a la nueva Galeria de Esculturas Antiguas y Modernas del Palacio del Gran Jardín bajo la supervisión de Mattielli (Knoll 2007).


Galería de Mármol del Belvedere inferior, sala rectangular donde en tres de los nichos frontales se ubicaron las Herculanesas antes de su venta al Príncipe Elector de Sajonia. La Gran Herculanesa, en el nicho central, las dos Pequeñas en las hornacinas extremas del muro hoy ocupados por estatuas barrocas. Es muy posible que Eugenio de Saboya, general supremo de la armada imperial, hiciera construir esta fastuosa y elegante sala con el fin prioritario de albergar las novedosas estatuas, que con anterioridad pudieron haberse instalado en los grandes y exóticos jardines del complejo palacial. Foto F. Marín.

                  Winkelmann data el hallazgo herculanés en 1706, fecha en exceso temprana. Casi con plena seguridad fueron descubiertas unos años después, entre 1710 y 1711 (Daehner 2007) durante las excavaciones aleatorias y clandestinas en galerías subterráneas y pozos realizadas por iniciativa de D’Elboeuf - personaje que se hallaba al servicio del por entonces virey austriaco de Nápoles - en busca de materiales marmóreos (no necesariamente piezas de escultura) reutilizables para su nueva villa de Portici, en la costa vesubiana. En sí mismo, el yacimiento carecía de cualquier otro interés o valor para los depredadores, que incluso desconocían que estaban excavando en un sector del teatro de Herculano, totalmente sepultado a considerable profundidad por el efecto catastrófico de la erupción de 79 d. C. El hecho es que las esculturas debieron aparecer en un mismo pozo como descubrimiento fortuito acontecido con mucha anterioridad al inicio de las excavaciones oficiales borbónicas de la ciudad soterrada, iniciadas en 1738. 

El autor no se ciñe a la descripción tradicional, al protocolo descriptivo anticuarista de las contadas piezas antiguas que le sirven de paradigma: en un proceso de reemplazo de lo visual, ante todo interpreta, guía al lector recreando con clarividencia las esculturas de Herculano en pasajes y expresiones de intención canónica sin por ello recurrir a la retórica artificiosa del modelo ecfrástico antiguo. En lo que representa una descripción  con cierto fundamento metódico, examina los aspectos formales más relevantes de las estatuas valiéndose de determinados criterios que reconoce como ciencia. El discurso histórico de Winckelmann sobre el arte se apoya por vez primera en la observación directa  (más o menos detenida) de esculturas antiguas en su plena materialidad y corporeidad, punto de partida de la descripción moderna de la estatuaria. 

Las Herculanesas fueron uno de los primeros objetos de una nueva modalidad descriptiva que, lejos de la uniformidad, ya en los Gedanken comporta también diversos modos de percepción e interpretación, Así se consigna en la Pseudo Agripina de Dresde (en realidad adaptación romana de una estatua helenística de musa sentada y con la cabeza añadida), donde Winckelmann especula -  aqui, en un sentido anticuarista -  sobre la identificación histórica del personaje, si bien pone el acento en la expresión serena y retraída de la estatua ante la adversidad, "insensible a todos los sentimientos externos". En el Laocoonte el cotejo de textualidades antiguas (tanto explícitas como implicitas)  dominantes con mucho en su ampísimo bagaje cultural, ejerce una función auxiliar, contribuye a afianzar el pecular significado que confiere a la obra (Dongowski 2001, Giuliani 2007). Esta ultima imagen escultórica del mayor renombre, fue interpretada por el Gelehrter con especial interacción mediática (imagen, texo, acústica) e intensidad hermenéutica. Particularmente en el Winckelmann más maduro, tan distanciado del protocolo descriptivo iconográfico y filológico tradicional, se consigna una recreación verbal no exenta de conflicto que los Gedanken anticipan en esta primera descripción del suplicio del sacerote troyano (Potts 1994, Décultot 2006). Una tensión que en buena medida obedece al movimiento permanente entre dos polos de naturaleza contrapuesta: el ideal trascendente -la atemporal metafísica de lo bello- y la mutable historicidad de las obras de arte.

Ejecutadas en estilo elevado (Winckelmann no emplea la expresión "estilo clásico", que con la acepción de un determinado periodo del arte de la Antigüedad grecorromana no habría de afirmarse hasta comienzos del siglo XIX), el juicio del autor sobre las Herculanesas no se inscribe en el plano de la diacronía: se analizan como tríada autónoma, no como eslabón de una secuencia temporal. Se describen en tanto que paradigmas normativos, conforme a tres criterios que considera concluyentes en la evaluación de la calidad escultórica, ya presentes en An Essay on the Theory of Painting de Richardson (1715), A cada uno de ellos Winckelmann dedica varios comentarios en el escrito, algunos premonitores, como el referente a las finas y translúcidas telas de Cos utilizadas en los ropajes femeninos de la antigua Grecia, que ya recoge Plinio y que se afirma plenamente el formato pudicitia del Helenismo avanzado, por entonces vagamente conocido, como en general toda la tipología del retrato femenino griego (Dillon 2010) del que derivan las propias Herculanesas.

                        En primer lugar, la bella naturaleza, es decir, la "naturaleza noble y superior", peculiar y esencial en la visión corporal y etica del pueblo griego antiguo. Una naturaleza condicionada por factores medioambientales, genéticos y cívicos ya expuestos con originalidad y desenvoltura en los primeros pasajes del escrito, donde se aprecia la huella de la Historia Natural del científico francés Buffon, cuyos tres primeros tomos Winckelmann consultó y acotó durante su estancia en Dresde (Décultot 1999, Galfione 2012). En la afirmación  de la excelencia y de la incomparable superioridad de aquella civilización también supo captar la importancia de la primacía absoluta que a comienzos del siglo XVIII  el londinense  A,A, Cooper, conde de Shaftesbury (muy leído y anotado por Winckelmann) había conferido a la Grecia antigua y en particular a Atenas en tanto que estado cultivado, educado y estético en todos los ámbitos (Chitry 2018). Producto de un privilegido marco donde el medio físico y antropológico interactúan, la "bella naturaleza" no representa solamente un criterio central para juzgar el arte griego, sino un principio esencialista y panestético inherente a una determinada civilización y que va más allá del plano exclusivamente somático.

A continuación la  relevancia del contorno, entendido como límite envolvente que a modo de sintética abstracción (Kreuzer 1959) no solo circunscribe de forma delicada y precisa una silueta, sino también engloba y armoniza lo múltiple y diverso de cuanto encierra. Confiere suprema unidad, proporción y belleza al todo (Kreuzer 1959, Kurbjuhn 2014) y se interrelaciona con la actitud de conjunto de la imagen. Una categoría de juicio artistico que hunde sus raíces en la concepción vasariana de dibujo y disegno y retoma también la visión del trascendente dessin intellectuel en Charles Le Brun. Winckelmann enaltece la teoría acedémica del disegno, elevado en el ensayo a "concepto supremo" e integral tanto en la estatuaria como en la pintura, sin mencionar la arquitectura. De hecho en este terreno, recordaba que el primer y reconocido innovador había sido el megalógrafo griego Parrasio de Éfeso, maestro por excelencia in liniis extremis, a decir de Plinio la habilidad suprema en pintura (Pl.N.35.67): junto a los escultores, los pintores antiguos poseen una destacada presencia ejemplificadora en los Gedanken. Para Winckelmann los artistas de su tiempo tan solo podían aprender la sutileza y el potencial sugestivo del Kontur a través del estudio de las obras griegas, las mismas que habían inspirado a Rafael Sanzio el magistral contorno de la Madonna Sixtina.

Gran Herculanesa, estatua con la cabeza inclinada y parcialmente cubierta por el manto (no por un velo independiente, como señala Winckelmann). Al igual que sus dos compañeras, se muestra atenta a la indumentaria, a la acción de portar y ajustarse el ropaje, si bien el gesto de uso aparece más más definidoReproducida como matrona de rostro inexpresivo, acomoda el borde del voluminoso himation, recorrido por grandes pliegues, casi geometricos, surcados por otros menores e irregulares más fluidos. Las modificaciones del plegado se adaptan a la postura de la imagen portadora. En Winckelmann este retrato provocó mayor impacto que el de las dos Pequeñas Herculanesas y no solo por el mayor formato. 
Skulpturensammlung, Staatliche  Kunstsammlungen (Dresde). Foto I.Geske.


Pequeña Herculanesa. De apariencia más juvenil, con cabeza descubierta mostrando al completo el 
melon coiffure, de origen tardoclásico, acomoda el manto con el brazo derecho que atraviesa en diagonal el busto. El manto, objeto de la acción (un tanto indeterminada) cubre casi por completo la mano izquierda. Obedece a una composición compleja, de esmerado contorno y comunica cierto grado de retracción y reserva impuesto por las normas sociales en el retrato público femenino. De proporciones más esbeltas, en el movimiento transitorio, propio de una acción inconclusa, el opuesto contraposto y el tratamiento del plegado (que en buena medida encubre las formas anatómicas en lugar de resaltarlas), estilisticamente difiere de la Gran Herculanesa, con la que crea un efecto de contraste  más que de complementariedad.
Skulpturensammlung, Staatliche Kunstsammlungen (Dresde). Foto I.Geske.

          Finalmente, dirige la atención del lector hacia un tercer criterio, a diferencia de los anteriores de naturaleza propiamente analítica y que pone en primer plano ropaje y corporeidad y se orienta hacia la materialidad de las obras. Se trata de la vestimenta como aspecto significante y objeto comunicativo con una función específica, que cabría calificar de antropológica en tanto que estrechamente unida a la expresión corporal, a la actitud que adopta la estatua entendida como cuerpo revestido sin por ello perder su autonomía somática. Se diría que bajo esta perspectiva tanto aquí como en otros pasajes de los Gedanken (así, aquellos críticos hacia la artificialidad del vestir rígido e incómodo de su tiempo), y aun contando con precursores, particularmente Roger de Piles (una de las fuentes y estímulos mayores del ensayo), Winckelmann representa  una premonición de la hermenéutica contemporánea del ropaje. Comenzando por el esclarecedor Hegel, que a propósito del ideal de escultura afirmaría en Vorlesungen über die Ästhetik: el cuerpo es una cosa, el ropaje otra, y el segundo debe mostrarse en su propia independencia y aparecer en su libertad.

 «Das Prinzip für die künstlerische Art der Gewandung liegt nun darin, daß sie gleichsam wie ein Architekturwerk behandelt wird. Das architektonische Werk ist nur eine Umgebung, in welcher der Mensch sich zugleich frei bewegen kann und die nun auch ihrerseits, als abgetrennt von dem, was sie umschließt, ihre eigene Bestimmung für ihre Gestaltungsweise in sich haben und zeigen muß. Ferner ist das Architektonische des Tragens und des Getragenen für sich selbst seiner eigenen mechanischen Natur nach gestaltet. Ein solches Prinzip befolgt die Bekleidungsart, die wir in der idealen Skulptur der Alten befolgt finden. Besonders der Mantel ist wie ein Haus, in welchem man sich frei bewegt. Er ist einerseits zwar getragen, aber nur an einem Punkt, an der Schulter z. B., befestigt; im übrigen aber entwickelt er seine besondere Form nach den Bestimmungen seiner eigenen Schwere, hängt, fällt, wirft frei für sich, und erhält nur durch die Stellung die besonderen Modifikationen dieser freien Gestaltung. Die gleiche Freiheit des Fallens ist mehr oder weniger auch bei den anderen Teilen der antiken Bekleidung nicht wesentlich verkümmert und macht gerade das Kunstgemäße aus, indem wir dann allein nichts Gedrücktes und Gemachtes sehen, dessen Form eine bloß äußere Gewalt und Nötigung zeigt, sondern etwas auch für sich selbst Geformtes, das dennoch vom Geist her durch die Stellung der Figur seinen Ausgangspunkt nimmt» (Hegel 1835-1838).

 «El principio del tipo artístico de la vestimenta reside en el hecho de que sea tratado, por así decirlo, como una obra de arquitectura. La obra arquitectónica no es más que un entorno en el que el hombre puede al mismo tiempo moverse libremente y que, ahora bien, también por su parte, en cuanto separado de lo que circunda, debe tener y mostrar en sí su propia determinación para su modo de configuración. Más aún, lo arquitectónico del sustentar y de lo sustentado está para sí configurado según su propia naturaleza mecánica. Un tal principio sigue la clase de vestimenta que encontramos en la escultura ideal de los antiguos. Particularmente el manto es como una casa, en la que uno se mueve libremente. Por una parte es ciertamente sustentado, mas solo  fijado en un punto, en el hombro, p. ej.; pero en el resto desarrolla su forma particular según las determinaciones de su propio peso, cuelga, cae, lanza sus pliegues, libre para sí, y solo de la postura recibe las modificaciones particulares de esta libre configuración».

«Le costume doit servir des proportions humaines et en quelque sorte sculpter l'acteur, faire sa silhouette naturelle, laisser imaginer que la forme du vêtement, si excentrique soit-elle par rapport à nous, est parfaitement consubstantielle à sa chair, à sa vie quotidienne... » (Barthes 1959).

«Pourtant, ce n’est pas tant le corps comme tel qui est ici en jeu que l’attitude qu’il adopte. Il y a un rapport concret du vêtement concret au corps et ce rapport s’établit dans l attitude. Celle-ci n’est rien qu’une disposition du corps qui entraîne une modification du vêtement; modification qui se laisse percevoir dans le pli» (Rouveyrol 1994).


Gran Herculanesa; detalle de la caida natural del manto y del chitón talar.  Foto F. Marin.

Pequeña Herculanesa. Las estatuas obedecen a un principio de frontalidad: en la contemplación lateral pierden volumen y muestran mayor rigidez. Seguramente se ejecutaron para ser  instaladas ante un muro o en una hornacina, como acontece con muchas otras réplicas de estos formatos retratísticos. Foto F. Marín.

    Unido al valor destacado de la indumentaria de ligero tejido - en la que Winckelmann fijaba la elegancia de la mujer griega- figura el drapeado, con particular énfasis hacia el ropaje envolvente de las figuras (que siempre habría de suscitar el interés del ilustrado), un modo de revestimiento externo libre y natural bajo el que subyace una realidad corporal en determinada actitud. El postulado enunciado por Roger de Piles en el Cours de peinture par principes (1708) no dejaba lugar a dudas: "le premier effet des draperies est de faire connaître ce qu'elles couvrent, et principalement le nu des figures".

 En la descripción, Winckelmann reconoce el protagonismo del  ropaje y el plegado de las esculturas, que como señala en el escrito  lejos de interferir en la percepción del contorno, lo resaltan. La drapería supone un medio de exploración de las formas anatómicas, cuyos volúmenes, si bien cubiertos. no dejan de reafirmarse en el mármol. En este aspecto, engloba las imagenes dentro de un mismo juicio, sin observar las notables distinciones estilísticas de plegado entre las tres estatuas, ejecutadas en diferentes talleres entre la época augustea  y los inicios de la dinastía flavia, por tanto también instaladas en distintos momentos (Vorster 2007). A decir del prusiano se trataba de un drapeado elaborado en las Herculanesas con extrema superioridad, en una höchsten Manier, que evidenciaba los defectos de ejecución de los pliegues entre la mayoría de los artistas modernos. La educación, la corrección del gusto mediante la ejemplaridad antigua representa un hilo conductor a través de todo el ensayo.


Gran Herculanesa. Vista posterior. Formas corporales
 subyacentes que los pliegues a un tiempo cubren y revelan sin perder su autonomía. Una relación entre cuerpo y ropaje bien distinta a la que se observa en las Pequeñas Herculanesas. Skulpturensammlung, Staatliche Kunstsammlungen (Dresde).


Auch unter den Gewändern der griechischen Figuren herrschet der meisterhafte Kontur, als die Hauptabsicht des Künstlers, der auch durch den Marmor hindurch den schönen Bau seines Kórpers wie durch ein koisches Kleid zeiget,

Unter dem Wort Draperie begreift man alles, was die Kunst von Bekleidung des Nackenden der Figuren und von gebrochenen Gewändern lehret. Diese Wissenschaft ist nach der schönen Natur, und nach dem edlen Kontur, der dritte Vorzug der Werke des Altertums.

Die Draperie der Vestalen ist in der höchsten Manier: die kleinen Brüche entstehen durch einen sanften Schwung aus den größeren Partien, und verlieren sich wieder in diesen mit einer edlen Freiheit und sanften Harmonie des Ganzen, ohne den schönen Kontur des Nackenden zu verstecken. Wie wenig neuere Meister sind in diesem Teile der Kunst ohne Tadel!

También en las vestiduras de las figuras griegas domina un magistral contorno, objetivo fundamental del artista, que también a través del mármol muestra la bella construcción de su cuerpo, como a través de una tela de Cos.

La palabra draperíe indica todo aquello que el arte enseña acerca de la vestimenta de las figuras desnudas y sobre los pliegues en los ropajes. Tras la bella naturaleza y el noble contour esta ciencia constituye la tercera primacía de las obras de la Antigüedad.

La draperie de las Vestales es de la manier más elevada: los pequeños pliegues surgen mediante un suave impulso de las partes más grandes y vuelven a perderse en ellas con una noble libertad y una suave armonía del todo, sin ocultar el bello contorno del desnudo. ¡Qué pocos maestros modernos quedan libre de censura en esta parte del arte! 

     Otra observación que resalta en los plegados antiguos concierne a la variedad de factura. Como se consignaba en la pintura, el relieve o en los bustos, la drapería no siempre se había ejecutado mediante el delicado procedimiento de las Herculanesas. A este respecto recuerda la solución tan distinta que presentaba el paludamentum del retrato de Caracalla de las Antiguedades Reales de Dresde, procedente de la colección Chigi. Sin embargo, el ropaje de la pieza obedecía a la adecuación y apropiación modernas: sólo la cabeza de mármol es originaria, añadida en el siglo XVII a un lujoso busto alabastrino.


      Retrato de Caracalla .Skulpturensammlung, Staatliche Kunstsammlungen, Dresde. Foto F. Marín                         

                                                  A diferencia de Laocoonte, donde la interpretación de la facialidad fue tan original como controvertida (el grito exasperado de dolor convertido en suspiro estoico) (Neymeyr 2008), en las Herculanesas Winckelmann no se detiene en este ámbito. La carencia de expresión de aquellas estatuas, imágenes de rostros idealizados y genéricos que omiten o enmascaran cualquier rasgo individual, así como el restringido movimieto, se adecuaban a la polisémica noción de Stille, la calma, la quietud, el reposo. También el silencio. Ajenas por completo al páthos, ni en expresión ni en actitud suscitaban conflicto alguno con la normatividad que por aquel entonces el autor intuía y presuponía en la escultura griega, sin haber contemplado originales y tan solo un numero bien exiguo de versiones y réplicas. Una regulación en la que prima lo adecuado y ponderado y conforme a la cual es sobre todo a través de la calma como el artista puede llegar a expresar la propia esencia del arte. No obstante en Winckelmann, serenidad y exaltación (esta última entendida como noble expresión que supera las pasiones), habrían de representar dos principios en compleja dialéctica, ambos necesarios pero dificilmente conciliables en la propia noción de Hoher Stil.


Gran Herculanesa de Dresde. Foto F. Marin              

                 Pero aquellas efigies ni eran originales griegos ni necesariamente representaciones de sacerdotisas, sino estatuas romanas y retratos cívicos de carácter honorifico, iconos públicos de distinción social y ejemplaridad femenina escasamente individualizados (Trimble 2011). Siempre ha llamado la atención el llamativo silencio sobre las piezas en la publicación más influyente de Winckelmann, la Geschichte der Kunst des Altertums  (Dresde, 1764), lo que seguramente obedezca a un cambio de opinión o a la reserva como consecuencia de las críticas al estilo y a la identificación iconográfica asignados en los Gedanken (Mattusch 2011) 

                   Las tempranas reticencias sobre las estatuas en el Sendschreiben über die Gedanken, revisión y contestación al ensayo, hablan por sí mismas. Algunos errores en el juicio sobre las dos Pequeñas Herculanesas quedaron patentes: así Winckelmann, no reconoció claramente como añadido la cabeza que había sido restituída en la restauración italiana de la estatua acéfala y considera ambas piezas realizadas seguramente por un mismo maestro griego. No percibe otras huellas de intervención en las tres estatuas, al igual que tampoco vestigio alguno de policromía (si es que por entonces algún rastro del color originario era apreciable a simple vista: los restos de pintura suelen preservarse en los recovecos y concavidades de las esculturas talladas en piedra). Todo apunta a un examen insuficiente de las estatuas que, como se ha indicado en otra entrada, tuvo lugar en  diciembre de1754, una revelación tardía durante su estancia en Dresde, en un tiempo en que Winckelmann aún se hallaba poco familiarizado con la materialidad de la  estatuaria antigua. Pero tambien cabe recordar que aun habiendo conferido a las Herculanesas particular extensión histórica y descriptiva, ni la exhaustividad ni la prolijidad representan el propósito de los Gedanken.    

                        Es fehlet auch der Beweis, daß die Vestalen wirklich von der Hand eines griechischen Meisters sind.Unser Verstand bringt uns sehr oft nicht auf Sachen die uns natürlich einfallen solten. Wenn man Ihnenbeweisen wird, daß der Marmor zu diesen Figuren nicht Lychnites gewesen, so kann es nicht fehlen, die Vestalen verlieren nebst Ihrer Schrift einen grossen Werth. Sie hätten nur sagen dürfen, der Marmor habe grosse Körner: Beweis genug über eine griechische Arbeit; wer wird Ihnen so leicht darthun können, wiegroß die Körner seyn müssen, um einen griechischen Marmor von dem Marmor von Luna, den die alten Römer nahmen, zu unterscheiden. Ja, was noch mehr ist, man will sie nicht einmahl vor Vestalen halten.

 En este pasaje de la Carta sobre los Gedanken  duda pues sobre el carácter griego de las piezas, sobre el tipo de mármol en que habían sido ejecutadas (griego o itálico) - hoy se da por seguro que cada una de ellas se realizó en mármoles diferentes y el de mayor calidad, se destinó a la estatua acéfala, tradicionalmente relegada de forma llamativa con respecto a sus compañeras (Vorster 2007) -  e incluso cuestiona la propia identificación  como retratos de vestales. Con ello para Winckelmann, las esculturas de Herculano dejaron de ser obras mayores y perdieron el valor paradigmático asignado en el ensayo. En palabras de Max Kunze,"die Herkulanerinnen tauchen unter den Denkmälern der späteren Geschichte der Kunst nicht mehr auf" (Kunze 2017). 

          Pero a ellas habria de referirse nuevamente en la extensa misiva Sendschreiben von den herculanischen Entdeckungen (1762) dirigida al Conde Heinrich von Brühl, donde aporta algún dato complementario sobre las estatuas en el contexto del descubrimiento y del envio ilícito y secreto a Viena, como consecuencia del cual las autoridades napolitanas prohibieron al aventurero D’Elboeuf proseguir con sus excavaciones. En el ya mencionado Abhandlung von der Fähigkeit der Empfindung des Schönen in der Kunst, und dem Unterrichte in derselben (1763), cuyo destinatario fue el joven Baron Friedrich von Berg, de quien Winckelmann estuvo muy prendado, se las recuerda como unas de las escasas  piezas que podían contemplarse entre las almacendas  en uno de  los pabellones de los jardines reales de Dresde. De nuevo se las califica de "primer descubrimiento herculanés", pero sin reconocer en ellas los significativos valores formales que les había asignado en los Gedanken.

En este mismo escrito romano de 1763, el prusiano afirma de modo concluyente que la suprema belleza es masculina más que femenina. Un juicio ya anticipado en los Gedanken y que se repetiría en la Geschichte (1764). Es bien sabido cómo el desnudo varonil se afirma ansiosamente en Winckelmann como lugar de deseo y representa uno de los aspectos centrales en su relato del arte griego  (Potts 1994, Diamon 2012). Pero como ejemplifican las Herculanesas y otras estatuas femeninas consideradas por el autor  - asi, la semivestida Pseudo Agripina de Dresde en los Gedanken o más tarde en la Geschichte la muy elogiada  Níobe Médici (Galeria Uffizi, Florencia), máxima expresión del estilo sublime -, en Winckelmann la forma elevada no se muestra exclusivamente asociada a la masculinidad como tampoco a la desnudez: el ideal de belleza incluye tanto esculturas desnudas como vestidas o a medio vestir (Gatti 2014, 2021). En el diseño de las figuras cubiertas por el ropaje, prevalentemente femeninas, incluso habría de reconocer una parte esencial del arte. En todo caso, no se percibe un conflicto entre la orientación sexual homoerótica (sometida a restricciones sociales que crean tensiones y propician elusiones textuales) y el renocimiento de la gran manera propia de determinadas esculturas femeninas que para el crítico e historiador  tambien se erigieron en paradigma del ideal griego en su esplendor.

                           Pese a tratarse de réplicas romanas que derivan de retratos originales perdidos del Helenismo temprano (más avanzado el formato de Pequeña Herculanesa, de  ponderación lisípica) (Vorster 2007) y a que la inmensa mayoría de los ejemplares conocidos - la seriación retratística de las estatuas tipo Herculanesas hoy rebasa las 400 piezas-  datan de época imperial romana (en particular, las que obedecen al formato de Gran Herculanesa) (Trimble 2011), por mediación de Winckelmann, dentro y fuera de Alemania las tres efigies de Dresde llegaron a provocar un impacto cultural en la restauración del gusto griego (Wiederherstellung des Griechischen Geschmacks). Con ello en la gestación del precepto neoclásico no romanista - como en buena medida lo fue el paradigma francés de la Antigüedad Clásica -, sino heleno, basado estrictamente en la imitación de los prototipos de la antigua Grecia. En realidad no representaban un referente desacertado: pese a inscribirse en una historicidad propia, específicamente romana, las estatuas llevaban consigo una intensa memoria griega.

                Bajo ningún concepto cabezas de serie ni retratos singulares en su tipología (a la que sin embargo dieron nombre), las Herculanesas constituyen los testimonios más célebres de una replicación y estandarización corporal de largo alcance y escasas variaciones - que particularmente afectan al rostro y al  peinado de las estatuas - donde la presencia asociada de ambos formatos retratísticos se halla muy lejos de lo habitual (Ridgway 2001, Daehner 2007, Trimble 2011, Gkikaki 2013). Dentro de la seriación, obviamente las distinciones también conciernen a la estilística y a la calidad de ejecución.



Torso de una estatua femenina en formato Pequeña Herculanesa. Siglo I d. C. Petalídi (Mesenia). Museo Arqueológico de Mesenia, Kalamata. Foto F. Marín. 


Retrato honorífico en mármol de Antia Iulia Polla representada como Pequeña Herculanesa hallado junto a la puerta sur del Ágora tetragonal de Éfeso. Data de comienzos del s. II d. C, el gran siglo de replicación del formato Herculanesas en la parte oriental del imperio, particularmente en Asia Menor. Sin olvidar su uso en el ámbito funerario, es muy frecuente que las estatuas de mujeres de familias prominentes efigiadas mediante esta doble fórmula se ubicaran en espacios públicos donde gozaban de particular visibilidad (teatros, puertas monumentales.
nimphaea). A menudo se trata de influyentes benefactoras locales: en el mundo helenístico romano la generosidad competitiva y el servicio a la comunidad en modo alguno representó un monopolio exclusivo de agentes masculinos. Museo de Éfeso,Viena. Foto F. Marín.

 Independientemente de la calidad y del buen estado de conservación, la aureola de prestigio que poseen las efigies de Dresde no concierne a la originalidad artística, sino a la propia y singular historia de los retratos, a su papel como catalizador cultural y muy en particular a la significación testimonial que las acompaña: aquella que Winckelmann siempre puso en valor en tanto que descubrimiento pionero entre los restos sepultados de la ciudad vesubiana. 

                                      Primera y sin embargo publicación innovadora e incluso disruptiva de Winckelmann, en los Gedanken la evidentia de las Herculanesas de Dresde junto con la descripcn del incomparablemente más célebre Laocoonte del Belvedere Vaticano, que por entonces el autor no habia contemplado, representan los dos grandes anclajes escultóricos del ensayo. Uno obedeció a un conocimiento primario. El segundo, solo se explica mediatizado por descripciones, grabados y probablemente también por alguna versión tridimensional de pequeño formato ejecutada en bronce (Giuliani 2007).