En la comprensión de los santuarios de la Grecia Clásica resulta de primordial importancia la ubicación topográfica. Con ella, la percepción del entorno del lugar sagrado. El paisaje natural, que la presencia de lugares de significado religioso (promontorios, fuentes, ríos, bosques, caminos procesionales, teména) transforma en sagrado y por tanto en cultural, representa un entorno expresivo, casi parlante, que comunica aspectos relativos al carácter y a las atribuciones de la divinidad. De este modo, para el fiel que con su mirada construía el paisaje, la materialidad de la naturaleza cobraba connotaciones intangibles de carácter sobrenatural, ya fueran protectoras o coercitivas.
Templo de Hera Lacinia en Capo Colonna (Crotona)
La interacción visual entre arquitectura, emplazamiento y entorno natural, singulariza la sacralidad específica de cada recinto, inseparable de las cualidades y funciones de la divinidad a la que se consagra.
Sin duda la espacialidad externa del templo, centro óptico del santuario y construcción definida y abarcable, que invita a ser contemplada desde múltiples perspectivas, que se percibe desde la cercanía y desde la distancia, acentúa aún más los vínculos entre arquitectura y entorno. Vínculos que en paisaje cultual pueden expresarse en términos de armonía (Olympia) o bien de dramático contraste (Delfos). En cualquier caso, cabe definir el lugar sagrado como un todo, como globalidad visual y ritual. Como espacio simbólicamente orientado, impregnado de sensaciones, memorias y valores alusivos propios.
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