jueves, 2 de enero de 2020

Mirón de Eléuteras en la Acrópolis de Atenas I



             Pese a la celebridad de que gozaron en el mundo clásico, Pitágoras de Regio, Onatas, Cálamis o Agéladas, grandes maestros del Estilo Severo, representan tan sólo nombres a los que no puede adscribirse con plena certeza obra alguna. En realidad la historia de los estilos individuales de la escultura griega, basada en el estudio de copias y réplicas de originales perdidos, se inicia con dos artistas activos en Atenas durante los años anteriores al 449 a. C,  fecha en la que la ciudad periclea toma la decisión unilateral de  reconstruir sus santuarios. Se trata del broncista Mirón y del propio Fidias, que durante la primera etapa de su carrera cultivó también esencialmente la estatuaria en bronce.  

                   Antes de exponer algunas reflexiones de carácter estilístico e iconológico sobre el grupo mirónico de Atenea y Marsias, resulta oportuno considerar algunos aspectos de marco y entorno que en buena medida relevantes para el conocimiento del artista y de su obra. 

El escultor era oriundo de Eléuteras, plaza fuerte en el paso del  Citerón, en la frontera entre el Ática y Beocia, lugar donde se conserva uno de los mejores recintos amurallados de la Grecia Central, erigido ya en el siglo IV a. C. En origen beocia, la ciudad se incorporó al Ática durante la primera mitad del siglo V a.C. En 460 a.C. era démos ateniense y, con ello, el artista habría obtenido la nueva y preciada ciudadanía. De Pausanias se desprende que firmó al menos algunas de sus obras como Mirón el Ateniense. 

                        Estilísticamente Mirón representa un escultor del Frühklassik, se ubica a fines del Estilo Severo, estilo estrictamente escultórico, caracterizado por la sobriedad, por el rigor formal y compositivo. Plinio nos dice que, como Policleto, en buena medida su competidor (aemuli), fue discípulo del escultor argivo Agéladas y parece haber iniciado su oficio en el campo de la estatuaria atlética en bronce. Al menos una primera acmé del maestro de Eleúteras tuvo lugar al mediar el siglo; no obstante fue un artista longevo: Plinio sitúa el flourit, la culminación e su carrera en 420 a. C., fecha bien avanzada. La acmé pliniana, heredera de la crítica de arte helenística, suele ubicarse en el extermo, en la plena madurez  de los artistas y en el tiempo de ejecución de sus obras más célebres.

Por razones más estilísticas que cronológicas constituye un escultor bisagra, a caballo entre el código de convenciones del Arcaísmo Maduro y el pleno y desenvuelto naturalismo que caracteriza el Primer Clasicismo griego. Si bien realizó estatuas atléticas de carácter celebrativo para los santuarios federales de Delfos y Olympia, trabajó en Atenas tal vez ya a desde fines del periodo cimónico y durante los primeros años de la denominada “fase demagógica” de Pericles. En la ciudad hegemónica que experimenta tensiones entre los grupos de poder. Una Atenas donde el programa monumental de la Acrópolis, todavía en proyecto, representaba el tema candente y polémico por excelencia, objeto de intenso debate político. 

Ecos mirónicos se detectan aún en las metopas del  lado Sur del Partenón, tal vez debido a la participación de algunos de sus discípulos, comenzando por su propio hijo Licio, que también fue escultor  y colaborador del gran maestro. No obstante, en tiempos del mandato de Pericles, Mirón consiguió encargos importantes de muchas otras ciudades del mundo griego  (Beocia, Asia Menor y Sicilia) y pudo haber reiniciado su actividad en Atenas en la época de Nicias. Lo cierto es que, tal vez debido a su mentalidad oligárquica, tal vez eclipsado por el influyente Fidias, no parece haber desempeñado un papel relevante en el ornato público de la ciudad durante el gobierno pericleo.

   Del conjunto de sus obras, todas ellas perdidas, la que gozó de mayor renombre en la Antigüedad no fue ni el célebre Discóbolo – que Plinio tan sólo menciona de pasada y cuyo destino se ignora -, o el conocido grupo de Atenea y Marsias, que ocupará la siguiente entrada, sino la imagen de una ternera de bronce, en origen expuesta en la Acrópolis de Atenas junto al Altar de Atenea (lugar bien prominente). Una ofrenda pública alusiva a la xóra, posible evocación idílica del mundo rural en el santuario mayor de la polis y, a un tiempo, índice sacrificial en conexión con las inmolaciones panatenaicas. 

Expoliada seguramente ya durante el saqueo de Sila, más tarde se ofrendó en el Templum Pacis de Roma: en lo referente al gusto artístico retrospectivo de las élites romanas Mirón aparece en la nómina de los artífices griegos más valorados. Ubicado en un recinto poblado de jardines, árboles y fuentes, el original de Mirón, además de representar una obra célebre y noble, incorporaba una nota bucólica y pacífica en sintonía con la propia semántica del Foro Flavio, que celebraba la Pax Romana. Habría de terminar en Constantinopla, probablemente en el Forum Taurii.
                       
            Se trata  de la representación animalística más célebre y elogiada de la Antigüedad Clásica. A decir de los epigramas de la Antología Palatina (un total de 36 composiciones están dedicadas a la vaca de Mirón) estaba ejecutada con sorprendente naturalismo, que el ropaje retórico torna incluso engañoso. Los poetas encomian constantemente en el bronce la semejanza a la realidad, la extraordinaria verosimilitud. juzgando la pieza conforme a uno de los grandes parámetros de la crítica artística en la Antigüedad: el poder ilusionista de la imitación.

Esta ternera, creo, va a mugir; si tarda,
El bronce inanimado es la causa, no Mirón
AP.IX.728

Erigida sobre un pedestal, la estatua era de cuerpo entero y tamaño natural. Dotada de viva movilidad,  la ternera aparecía representada en posición de avance. Siguiendo una pauta general en las esculturas clásicas de bóvidos, mostraba un punto de vista preferente, el lateral, mitigando cualquier efecto de profundidad. 

 El propio Plinio la recoge como la escultura más celebrada de Mirón y menciona también en el elenco de sus obras (encabezado por la vaca) un perro, luego, siguiendo a la poetisa Erinna, una cigarra y  una langosta, todas ellas en bronce. No se conservan copias de estas representaciones zoomórficas o al menos no han sido identificadas, pero la temática confirma cierta predilección del broncista por la representación autónoma de animales que lo distancia del antropocentrismo dominante en el pensamiento de la Atenas clásica. Aspecto que concuerda con la afirmación de Plinio de que Mirón fue el primero en multiplicare veritatem (Pl. N. 24.58). 

       Ninguna fuente atribuye a la ternera de la Acrópolis  connotaciones míticas propias de una Io, o las alegórico- conmemorativas que poseyó la leona de bronce del santuario, erigida en recuerdo de Leena, que pagó con la vida la valentía de su silencio. De todos modos, de tratarse de una obra tardía de Mirón, sugeriría conexiones con la Paz de Nicias (421 a.C.), ya en la data límite de su producción. Por aquel tiempo, dominado por el Reicher Stil, el de Mirón se percibiría como enraizado en la tradición, en consonancia con el nuevo conservadurismo político que en Atenas sucedió al mandato de Pericles. 

Junto a los temas inspirados en la mitología y en el mudo atlético, en el escultor cuentan las representaciones de género. Los motivos animalísticos, pero también las escenas cotidianas del trabajo y los oficios (como el grupo de aserradores que recoge Plinio en su relación de obras del escultor), tuvieron en el arte griego una aceptación que no debe minimizarse. De hecho la figura del cuadrúpedo fue valorada no sólo como obra maestra, sino también como la máxima expresión de todo el quehacer del broncista.

         Ya antes de iniciarse los trabajos del Partenón en el 447 a.C., la maltrecha Acrópolis recobró parcialmente el semblante del santuario-gliptoteca que había sido antes de las destrucciones causadas por la Guerra de Jerjes. Y es que en el nuevo ornato monumental del témenos la estatuaria precedió a los templos: pensemos en agálmata como la Afrodita de Cálamis, que Pausanias vio junto a la mencionada leona de bronce, o la colosal Prómachos y el Apolo Parnopio (Apolo tipo Kassel) de Fidias. 

    Allí hubo varias obras de Mirón (al menos una de ellas, con toda certeza dual), ejecutadas antes del inicio de los érga Perikleus y con ello de la nueva monumentalización del santuario. El sector comprendido entre los Propileos y el Partenón se muestra en época severa privilegiado en dedicaciones (anathémata) de carácter escultórico. Con el despliegue del programa pericleo, es posible que algunas de ellas fueran reubicadas dentro del nuevo paisaje monumental.

        Aparte de la señalada estatua zoomórfica que, transferida a Roma, Pausanias no pudo ver en la Acrópolis, conocemos un Perseo de Mirón con la cabeza de Medusa, que el Periegeta localiza junto al Brauronion. El héroe seguramente se mostraba blandiendo el signo apotropaico. Dadas las connotaciones relativas a Atenea, el gorgoneion constituye desde el Arcaísmo temprano un motivo recurrente en la Acrópolis. Pausanias también registra dentro del recinto, probablemente en el propylon de acceso al patio ubicado ante la fachada occidental del Partenón, el grupo de Atenea y Marsias (sin señalar autoría). Frente por frente de otro monumento escultórico dual que representaba la lucha entre Teseo y el Minotauro, barajado como pendant. Es probable que el taller de Mirón se encargara de ambas ejecuciones, que parecen haber respondido a una composición bien similar en la que se conjugaba tensión y efecto teatral. Finalmente, junto al Erecteion, dos esculturas monumentales en bronce que representaban el combate heroico entre Erecteo y Eumolpo, se adscriben a la última etapa del maestro. 


Estatua fragmentaria de una copia en mármol pentélico del grupo"Teseo y el Minotauro" de la Acrópolis de Atenas atribuido a Mirón. Museo Arqueológico Nacional. Atenas



Posible réplica romana en mármol de la Ternera de Mirón. Museos Capitolinos, Roma