Locros Epizefirios. Trazado de los muros y núcleos excavados de la gran necrópolis, los de época arcaica, clásica y helenística todos ellos extraurbanos. El número 6 (NE) corresponde al sector funerario de Lucifero, a unos 500 ms, del recinto amurallado y el más rico con mucho en hallazgos. Plano topográfico de la época de Paolo Orsi, editado por Costamagna Sabbione (1995) y reelaborado por D. Elia (2010)
Estructuradas por grupos familiares, las tumbas albergan inhumaciones individuales (el porcentaje de incineraciones es muy bajo) realizadas en pozos y fosas, sin presencia de estructuras de cámara, a veces revestidas de arcilla y cubiertas con techo de tejas (tumbas de capuchina). No se trata propiamente de construcciones, sino de excavaciones en el terreno cuya ejecución no precisaba muchas horas de trabajo. Sin soluciones elaboradas, las tumbas se caracterizan por una sencillez estructural que les confiere uniformidad y coherencia de conjunto. En su inmensa mayoría no depararon ofrendas (en Lucifero, casi la mitad de las tumbas) o bien tan solo ajuares reducidos y sobrios, si bien también cuenta con un reducido número de enterramientos con ajuares privilegiados (a los que se dedicará una próxima entrada) índice de la variabilidad funeraria que presentan los depósitos de la necrópolis (Elia 2010). Sepulturas en ningún caso equiparables en monumentalidad y ostentación de ofrendas a la que deparó la gran tumba de cámara de Laos-Lavinium (s, IV a.C.), en la vertiente tirrénica de Calabria, perteneciente a una familia lucana de elevado estatus. Incluso intensamente helenizado, el mundo indígena mantiene en la Magna Grecia sus propias pautas funerarias.
En el área inmediatamente externa de Locros, que si bien netamente separada por el recinto fortificado representa una suerte de prolongación del espacio urbano (Barra Bagnasco 2000), es notable la densidad de enterramientos próximos a los muros y en particular a las puertas y caminos que prolongan la dirección de las plateiai transversales del trazado ortogonal, al menos tres de ellas identificadas con seguridad, dispuestas casi en paralelo a la costa. Tras la victoria del río Sagra sobre los crotoniatas a mediados del siglo VI, la nueva implantación urbana, la construcción del recinto murario en piedra y la reorganización de las áreas sepulcrales locreses preexistentes debieron obedecer a una planificación integrada que afectó tanto a la ciudad intramuros como al espacio periurbano (Barra Baggnasco 2000; Elia 2010).
Planimetría de Locros Epicefiros, con el recinto defensivo (reconstruido e el s. IV a.C.) y el reticulado propio de la ciudad ortogonal. Las plateai que atraviesan transversalmente la ciudad, principales arterias de movilidad, contrastan por su mayor longitud y anchura con los stenopoi, calles de trazado longitudinal y dispuestas en dirección monte-mar. La prolongación en caminos extramuros de las grandes vías circulatorias orientó los espacios funerarios (Foto E. Grillo y M. Milanesio Macri 2008)
También cabe subrayar la proximidad de las necrópolis con respecto a algunos santuarios extraurbanos como el de Zeus Fulminante y en particular el de Deméter Thesmophoros en contrada Parapezza, en el extremo NE de la polis, que ejercieron una intensa atracción funeraria. Si bien los vestigios aún se muestran limitados, lo mismo pudiera haber acontecido en el santuario de Perséfone alla Mannella, emplazado extramuros al pie de una colina en la parte más elevada de la ciudad, en el extremo opuesto al Thesmophoreion: sea dentro o fuera del recinto amurallado, los santuarios locreses tienden a una ubicación periférica. Tanto en la Magna Grecia como en Sicilia no resulta extraño que un ámbito sagrado de connotaciones ctónicas y asociado a ritos de pasaje marque la frontera entre la ciudad de los vivos y la de los muertos.
En Lucifero el arco cronológico de los enterramientos es bien extenso, abarca un periodo comprendido entre los siglos VI y II a.C., si bien la densidad de tumbas, así como la naturaleza de los ajuares, no presenta homogeneidad a través de la larga duración (Cerchiai 1990). Llamativo el notable descenso de inhumaciones durante el periodo helenístico, muy en particular en siglo III a. C., con escasas tumbas periféricas al margen de la adecuación y el ritual del cementerio de época arcaica y clásica. Ya en el tercer cuarto del siglo IV a. C se consigna el paulatino abandono del área de la necrópolis, casi con plena seguridad como consecuencia del cambio sociopolítico que en aquel tiempo experimentó la ciudad, hasta entonces gobernada bajo un régimen oligárquico, caracterizado por su conservadurismo (Musti 1977, D'Angelo 2019)).
A diferencia de tantas otras necrópolis de la Magna Grecia y Sicilia, por fortuna el cementerio apenas sufrió expolios, hallándose casi intacto cuando se inició la excavación, lo que propició la documentación fidedigna y exhaustiva del lugar. Al tratarse de enterramientos individuales - si bien con la salvedad de una inhumación dual que propiamente no se corresponde con el concepto de sepultura plural - el interior de las tumbas no fue removido o modificado como consecuencia de deposiciones sucesivas: el cierre del τάφος era definitivo, sin reaperturas y con ello sin desplazamiento alguno de los restos del difunto y de su ajuar. La problemática se manifiesta bien distinta en las necrópolis donde predominan las tumbas con enterramientos colectivos y sucesivos, que alteran la coherencia de los depósitos (Berand 2014).
Aparte de los inestimables trabajos de Orsi (Elia 2019) en el conjunto de lo excavado de forma discontinua hasta la actualidad cabe destacar los resultados de la intervención de 1956 a cargo de Alfonso de Franciscis, cuyo material fue estudiado de forma ejemplar por Diego Elia en su monografía de 2010 dedicada a la necrópolis de Lucifero, y las realizadas desde 2002 hasta la actualidad bajo la dirección del propio Elia, que cuenta con una consolidada y fructífera trayectoria de investigación sobre el yacimiento.
El panorama general revela un cementerio de gran extensión, con varias áreas funerarias e importantes prolongaciones. Así, al SO de Lucifero y muy cercana a los muros, el sector de contrada Parapezza, excavado en los años setenta del pasado siglo y que ha deparado unas 200 tumbas, debió formar parte de la misma necrópolis, dentro de un gran núcleo de enterramientos topográficamente delimitado en la antigüedad por el río Lucifero (Sabbione, Grillo y Milaneso 2013). Más al norte y al interior, el área funeraria de Monaci, también próxima a la muralla, representa otro sector de lo que tal vez fuera o llegó a ser una única y gran necrópolis periurbana con sus discontinuidades, a veces relacionadas con la irregularidad topográfica, con zonas vegetales y espacios reservados. También manantiales, canalizaciones y fuentes: el agua era elemento esencial en los ritos funerarios de purificación y libación (Bièvre-Perrin 2016).